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Cine

Escobar: La traición – Crítica

09-08-2018, 11:00:23 AM Por:
Escobar: La traición – Crítica

Escobar: La traición se empeña en mostrar la urgencia de detener al protagonista, un monstruo versado en el idioma del odio y la destrucción, pero buena parte de las decisiones del director ignoran al mercado latinoamericano.

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Quizá debido al estreno de la serie Narcos la figura de Pablo Escobar ha regresado al centro de la cultura mediática. Es una circunstancia curiosa porque en realidad el narcotráfico contemporáneo ya no tiene que ver con él, sin embargo lo hemos visto aparecerse al fondo de la acción en filmes recientes como Operación Escobar (2016) y Barry Seal: Sólo en América (2017). Su presencia es siempre misteriosa, casi como si se tratara del diablo mismo en una misión macabra para enfermar a la humanidad con cocaína. En palabras de su productor y protagonista, Javier Bardem, la película Escobar: La traición es un intento de humanizar a quien muchos han descrito como la encarnación del mal. Sin embargo el excesivo trabajo de maquillaje, un guion que sólo muestra el lado destructivo de Escobar y la actuación misma de Bardem nos dan probablemente la versión más inhumana de todas.

Si en Narcos el Escobar de Wagner Moura es tan amoroso como brutal —las escenas con su familia revelan su habilidad para la compasión, aunque limitada a ellos—, la interpretación que hace Bardem del personaje no da tregua a nadie. Con los hombros caídos y unos párpados pesados, como de reptil, su versión de Escobar es físicamente intimidante por su sola fealdad, pero cuando ordena asesinatos que incluyen golpear a un perro para que ataque rabiosamente a un hombre, o desmembrar a un par de traidores con una sierra eléctrica, nos damos cuenta de que su personaje es, más que un psicópata, el sadismo hecho hombre. Uno no puede evitar preguntarse si esta caracterización se debe al material en que se basa la película.

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Escrito por la periodista Virginia Vallejo, el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar detalla su relación con el narcotraficante más famoso —e infame— de su tiempo. Uno esperaría, entonces, que Escobar: La traición se asumiera como una imagen subjetiva del hombre real pero lo que nos ofrece el director español Fernando León de Aranoa es un estereotipo que ni siquiera depende de la visión de Vallejo (Penélope Cruz) porque, aunque su voz se escucha narrando buena parte de la película, pareciera que no es ella la protagonista sino él. La carrera de Escobar, el involucramiento estadounidense en su captura y la relación que sostuvo con Vallejo son temas que se enmarañan en una trama incapaz de profundizarlos y que termina siendo puramente anecdótica. Afortunadamente, León de Aranoa compensa estos problemas con espectáculo, ya sea en la escena en que un avión desciende sobre una carretera estadounidense para entregar cocaína, o en un combate donde se enfrentan los hombres de Escobar con un par de helicópteros del Bloque de Búsqueda. Esta última escena es particularmente rescatable por su brillante uso de un plano secuencia. En una sola toma la cámara se desplaza por el campamento y se coordina, como en una coreografía, con los movimientos de los actores e incluso del helicóptero. Es una hazaña que combina hábilmente la realidad con efectos digitales en una imagen memorable.

Pero sería absurdo pensar que es suficiente el dominio técnico para hacer una película valiosa. La falta de originalidad en las decisiones de León de Aranoa hacen de Escobar: La traición un filme más derivado de sus influencias que capaz de hacer algo nuevo con el cine de gangsters. La narración continua de Vallejo y el empleo de planos secuencia en fiestas para ilustrar el mundo criminal obedecen al estilo de Martin Scorsese, mientras que la violencia explícita parece derivar de Caracortada (1983), de Brian De Palma. En cuanto a la musicalización, me parece importante comparar esta película con Narcos. La serie producida por José Padilha muestra un interés por la autenticidad que, aunque imperfecto en otros aspectos, se refleja en las canciones que escuchan los personajes y, a su vez, el púbico. A lo largo de tres temporadas, Medellín y Cali de los 90 suenan al menos verosímiles con música de La Sonora Dinamita, Omara Portuondo y The Latin Brothers, entre muchos otros. En contraste, Escobar: La traición usa canciones que el público estadounidense pueda reconocer. Lo más latino en su limitado repertorio es Santana.

En general este último punto me parece fundamental en el fracaso de Escobar: La traición: buena parte de las decisiones ignoran al mercado latinoamericano. Dirige un español, protagonizan otros dos y la película está hablada en inglés con acento colombiano ante el temor de que los angloparlantes tengan que leer subtítulos. Narcos, una serie de televisión, muestra más riesgo en su producción repleta de actores latinoamericanos que hablan español, y sobre todo en su crítica al intervencionismo estadounidense. El énfasis de la serie suele estar en la cuestionable nobleza de un par de agentes de la DEA y las corruptas intenciones de la Casa Blanca y la CIA, que sólo empeoran la situación de Colombia. Escobar: La traición se empeña en mostrar la urgencia de detener al protagonista, un monstruo versado en el idioma del odio y la destrucción. ¿Es, entonces, una respuesta a la crítica de Narcos? Imposible saberlo, pero sin duda su versión de Escobar es la que más le gustaría a Ronald Reagan.

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