Galveston – Crítica
Con Galveston, Mélanie Laurent se mantiene firme en sus preocupaciones temáticas: los lazos familiares y entornos abusivos alrededor de la figura femenina.
Mélanie Laurent, actriz francesa famosa por sus roles en Los ilusionistas, Beginners: Así se siente el amor y, principalmente, Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino, pone en pausa su trabajo frente a la cámara para pasarse detrás de ella. Con Galveston realiza el cuarto largometraje de su carrera como directora, y nuevamente deja a flor de piel sus preocupaciones temáticas, las cuales giran principalmente en torno a la figura de la mujer. En sus filmes, Laurent traza lienzos familiares (Les adoptés), situaciones opresivas (Respira) o historias de redescubrimiento (Plonger), siempre con personajes femeninos en diferentes estancias de su vida. Usualmente ellas lidian con los lazos familiares que las rodean. Pueden medirse ante la pérdida y la tragedia; pueden ser adolescentes redescubriendo o forjando su identidad, o adultas en depresión posparto.
Galveston, en cambio, arranca a partir de la perspectiva de Roy (Ben Foster), un criminal de poca monta enviado a una misión por parte de su jefe (Beau Bridges) a la cual debe asistir “sin armas”, advierte el corrupto líder. Al final, en una secuencia que incluye un pequeño plano secuencia y una dosis de alta tensión, Roy se percata que la encomienda es una emboscada. ¿El motivo? Una mujer. Sin embargo, en medio de la acción por salvar su vida observa a Rocky (Elle Fanning), una joven prostituta de rojizo atuendo y manos maniatadas.
El protagonista la ayuda a escapar y ambos se escabullen con el objetivo de preservar sus vidas. Laureant alinea esta adaptación de la novela homónima de Nic Pizzolatto –quien también escribió el guion– con su trabajo previo al mostrarnos a una protagonista solitaria, sumergida en un contexto abusivo, pero con ambiciones familiares y de estabilidad emocional.
Fanning viste a Rocky de una mezcla de vulnerabilidad, inocencia y corrupción gracias a las escenas brutales alrededor de su personaje: una chica de 19 años que apenas está descubriendo su lugar en el mundo y aceptando las implicaciones de ser mujer. Por su parte, Foster impregna a Roy de un ansia de redención a la vez que lidia con reflexiones existencialistas, depresión y episodios iracundos.
Tal vez la mayor fortaleza de su personaje es la exploración de cómo el «salvador» de una mujer puede ser el verdugo de otra, aunque Roy no se ha desafanado de su tendencia a perder los estribos. A Galveston –el primer filme de Laurent enteramente hablado en inglés– no le interesa en sumergirnos en un mundo en blanco y negro, sino vapuleado por un descarnado gris, por los dilemas y la manera en que las decisiones diarias moldean el carácter y nuestro destino.
Por eso, cuando en el tercer acto el guion de Pizzolatto se descarrila de los tintes fatalistas y la oscuridad que había asentado desde su construcción, se rompen los propósitos primarios y la tonalidad. Una vez que el filme parece haber concluido con un desolador giro de tuerca, hay un epílogo desorientador por su empeño en culminar en un «tenor feliz». No obstante, una vez más el pulso de Laurent es firme para retratar aspectos realistas que damos por sentado, o los dramas cotidianos que oprimen a numerosas mujeres, ya sea en un poblado francés o en un soleado paraje estadounidense.
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