Jackie

Todos alguna vez en la vida debemos interpretar papeles, aunque no nos guste. Como Jackie Kennedy, quien seguramente jamás se imaginó tener que interpretar el rol de encargada del legado de su esposo, el presidente número 35 de los Estados Unidos, John F. Kennedy. 

Y así, comencemos hablando del elemento que seguramente estará al centro de toda conversación sobre Jackie, una de dos cintas quasi-biográficas que el director chileno Pablo Larraín (No) estrena este año: Natalie Portman. La joven ganadora del Oscar –y que bien podría llevarse otro por esta interpretación–, tuvo la dificilísima labor de interpretar a alguien perfectamente conciente de su imagen, viviendo el momento más difícil que nos podríamos imaginar. Ella no sólo recrea cada movimiento e inflección en la voz de la Primera Dama, sino que logra añadirle un nivel de empatía que separa su actuación de la mera copia fotostática. En esencia, demuestra la diferencia entre una imitación y una interpretación. 

Tanto Portman como la narrativa de Larraín (y claro, su guionista, Noah Oppenheim) hacen una recreación exacta de los momentos icónicos que todos ya hemos visto. Sin embargo, no es ahí donde el foco de su historia está puesto, sino en el espacio negativo entre aquellas imágenes que todos podemos recordar al pensar en aquel 22 de noviembre de 1963. Incontables documentales y ficciones ya se han encargado de recrearlo y, al parecer, ahora tocaba el turno de sentirlo. Y esto, por supuesto, sin dejar de mencionar el impecable diseño de producción, el cual prácticamente te reta a encontrar las diferencias entre el pietaje real –tanto del asesinato, como del famoso tour por la Casa Blanca que Jackie Kennedy, la primera Primera Dama mediática, transmitió en vivo por televisión– y la puesta en escena del equipo de Larraín.

Quizás el único lugar donde la cinta falla un poco, es en su estructura, pues aunque no sigue las «reglas clásicas de una biopic«, sí utiliza el mecanismo de la «entrevista contextualizadora» para intentar darnos un poco más de información sobre la mujer titular. Sin embargo, esta conversación entre Kennedy y un reportero (ligeramente basado en el biógrafo Theodore H. White) vuelve a la cinta algo lenta y se enfoca tanto en comprobarnos cuán conciente estaba Jackie Kennedy de su imagen pública, que distrae de lo que verdaderamente funciona en la película: el retrato de un sentimiento.

Y es que hay historias que se cuentan desde las emociones. Personales y ajenas, los detalles pueden ser incluso conocidísimos por todos, pero es la visión y presentación de cada cuentahistorias en lo particular las que hacen a una cinta ser o dejar de ser algo especial. Pablo Larraín no tiene el menor interés en contar una biopic de Jackie Kennedy. Su interés, quedará claro para cualquiera que haya alguna vez sufrido una emoción muy fuerte –un shock repentino que ponga en pausa su vida–, está en representar (a través de sus imágenes oníricas y un diseño de audio meticulosamente arreglado) el enajenado sentimiento de irrealidad que le sigue a cualquier impresión de este tipo. Decía la columnista del Chicago Tribune, Mary Schmich –en un famoso escrito que luego Baz Luhrmann popularizó en un video a finales de los 90–, que «los verdaderos problemas de tu vida serán cosas que nunca se cruzaron por tu mente preocupada, el tipo de asunto que te agarra de sorpresa algún martes aburrido». 

Jackie Kennedy nunca se imaginó que aquello sucedería esa tarde en Dallas y Jackie, la película, se encarga de que nunca nos acostumbremos a esto que en cualquier otra película sería un suceso más, un plot point en el camino hacia contar este pedacito de historia norteamericana. Y es que aquí no se cuenta lo que sucedió, sino lo que se sintió. Lo que Jackie, la persona, sintió. 

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J. Ivan Morales Escritor, director de cine y director editorial en ésta, su amigable vecina publicación de cine, Cine PREMIERE. Nunca perderá la esperanza de una segunda temporada de Studio 60 on the Sunset Strip y Firefly.