Jumanji: En la selva – Crítica
La premisa básica del cambio de identidad logra sostener el humor a lo largo de toda la película.
«Tenemos que terminar el juego«, decían una y otra vez los protagonistas de Jumanji (1995), que se alteraban cada vez que escuchaban el poderoso redoble de tambores africanos. Se trataba de un temible juego de mesa hecho de madera, que para esta secuela que llega más de 20 años después, se transforma en videojuego noventero.
A diferencia de aquella película dirigida Joe Johnston, donde los peligros de la jungla se manifestaban físicamente en una casa, el nuevo Jumanji absorbe a los jugadores, los traslada a un entorno selvático y les brinda la identidad del avatar que hayan elegido.
El prólogo nos presenta a un grupo de adolescentes de diferentes estirpes dentro de la fauna preparatoriana: un nerd, un deportista, una reservada intelectual y una ególatra y popular chica. Por distintas razones son castigados, y al mejor estilo de El club de los cinco (1985), obligados a convivir en confinamiento en la escuela. Lo que sigue son los tambores, Jumanji y su transformación.
La premisa básica que sostiene el humor de la cinta es precisamente el cambio de identidad y sus contradicciones. El debilucho se materializa como un imponente explorador (Dwayne Johnson), la estudiosa obtiene el escultural cuerpo de una belicosa aventurera (Karen Gillan), el corpulento atleta en un chaparro científico (Kevin Hart), y la superficial rubia… en la regordeta figura de un hombre de mediana edad (Jack Black, simplemente sensacional).
Fuera del título y la referencia a Alan Parrish (el personaje del desaparecido Robin Williams), el hecho de que sea una secuela resulta un tanto forzado y posiblemente innecesario. Con todo y el afecto que muchos cinéfilos tienen a la cinta original, aquella dependía de los entonces innovadores efectos visuales para sorprendernos.
En la versión actual, más allá de la grandilocuencia digital, el verdadero sustento está en la comedia generada por los personajes y sus interacciones. Un mérito que en este caso se debe reconocer más a los histriones y su trabajo coral, que a los guionistas que dejaron un planteamiento demasiado básico.
Si bien el desarrollo de la trama pretende seguir las reglas de un videojuego, palidece ante referencias como la clásica y visionaria Tron (1982) o la estupenda y delirante Scott Pilgrim vs. los exnovios de la chica de sus sueños (2010). Aún así, Jumanji cumple el elemental propósito de entretener, arrancarnos sonrisas y una que otra carcajada con su efectiva simpleza.
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Charlie Del Río Cinéfilo incorregible. Coleccionista de juguetes de películas. Fundador y conductor de @CinemaNET. Colaborador en Efekto Noticias y Filmmen. Escribe en Cine PREMIERE desde el 2002.
