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Cine

La amante de mi padre – Crítica

20-10-2017, 2:14:43 PM Por:
La amante de mi padre – Crítica

La nueva cinta de Marc Webb tiene otra vez las lecciones de madurez que tanto le gustan al director, pero a diferencia de sus títulos pasados, esta predilección le cuesta la originalidad de su película.

Cine PREMIERE: 3
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Thomas (Callum Turner) es un chico común y corriente. No importa si es hijo de una mujer depresiva y un exitoso editor porque su vida transcurre en los parámetros clichés del veinteañero que vive en Nueva York: la indecisión sobre su futuro, sus deseos de ser escritor, la «friendzone» eterna en manos de su mejor amiga y su vida solitaria en un viejo departamento. Esta imagen de la juventud promedio es el escenario para La amante de mi padre (The Only Living Boy in New York), la más reciente película de Marc Webb, director de la mundialmente conocida (500) días con ella. Y sí, el estilo es reconocible: las divagaciones y el sentir de Thomas recuerdan al corazón roto de Tom Hansen (Joseph Gordon-Levitt), un aura de melancolía que en esta película se verá alimentada con la llegada de un misterioso vecino que parece compartir las mismas inquietudes y el mismo desasosiego.

La aparición de este peculiar personaje pondrá a prueba la resignación de Thomas de no poder cumplir su sueño de ser escritor y enfrentarse con el deber ser ante la poderosa imagen de su padre: el adulto exitoso, bien parecido y completamente autoritario. Poco a poco, las charlas con su nuevo vecino alentarán la curiosidad y la rebeldía, una nueva sensación que alcanzará límites insospechados cuando descubra que su padre tiene una amante, Johanna (Kate Beckinsale).

Identificado con la escena independiente y cool de la cinematografía en Estados Unidos, Webb se sale ligeramente de los parámetros de sus películas que marcan historias y personajes transparentes, ligeros y amigables cuando introduce la representación de lo excitante, lo perverso y lo desconocido.

Casi como una misión de vida o muerte, Thomas comienza a seguir a Johanna, una decisión que marcará el principio del fin y construirá en la historia pequeños e interesantes destellos de originalidad. Por un lado, pareciera que la vida de Thomas es sacada de una novela, un juego de narrativa in crescendo que reta al espectador; en el caso de Johanna, su personalidad desinhibida, inteligente y perspicaz pareciera que es creada para retar a Thomas.

La extraña e inesperada complicidad de Thomas con su vecino y Johanna avivan la imagen del joven rebelde que recuerda las inquietudes literarias y sexuales de Michael Berg (David Kross) en El lector de Stephen Daldry, o la perversidad e ingenio de Claude Garcia (Ernst Umhauer) en En la casa de François Ozon.

Y entonces, cuando Webb da pequeños atisbos de renovación en la película, la simpática evolución del protagonista se viene abajo y en su lugar regresamos al primer bosquejo del eterno enamorado, inocente y bien portado Thomas que, en un acto casi moralino del deber ser, decide alejarse de los problemas y ser el buen chico que las madres desean para sus hijas.

Es evidente: Webb no está dispuesto a cambiar la fórmula del cine indie con protagonistas bellos y problemas de primer mundo. Incluso en La amante de mi padre, es probable que las complicaciones sean banales, pero había la posibilidad de alcance dramático más allá de un soundtrack con una canción de Bob Dylan que suene de fondo. En ese momento de la película se sabe que incluso Girls (2012-2017), la reconocida serie de televisión de Lena Dunham y HBO, tiene más ambición y más jugueteo.

A partir de este momento, una vez que el arrojo de la historia de juventud queda anulado, viene una avalancha extraña, un cierre “dramático” que saca provecho de los secretos familiares hasta el punto de volver inverosímil y un poco risible lo que descubre Thomas de las personas que lo rodean.

Irónicamente, La amante de mi padre, una producción que se enfoca en la madurez y el paso de la juventud a la adultez, no deja crecer a sus propios personajes, los retiene, los contiene hasta la desilusión del espectador. La lección de madurez que tanto le gusta a Webb, al menos en esta ocasión, no es un producto mercadeable y jugoso como el desamor en (500) días con ella pero, por el contrario, sí es una buena oportunidad para saber que es posible reencontrarse a través de la escritura.

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autor Escribo sobre cine y televisión. Me gusta pensar las imágenes. Colaboradora en Revista Nexos, Butaca Ancha y F.I.L.M.E Magazine. Cuando sea grande quiero ser como Luisa, en Días de otoño de Roberto Gavaldón.
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