La apariencia de las cosas – Crítica de la película

Existen grandes obras que exploran las vicisitudes del matrimonio de maneras pocas convencionales: Paul Thomas Anderson lo hizo con El hilo fantasma (2017) y Sam Medes lo exploró de manera más directa en Solo un sueño (2008), por mencionar dos ejemplos. Quizá dichas comparaciones parezcan injustas cuando uno se debe referir a una película de terror y suspenso como La apariencia de las cosas, sin embargo, dentro de su género también existen ejemplos como Madre (2017) de Darren Aronofsky, o Revelaciones (2000) de Robert Zemeckis. Todas ellas superiores porque, a pesar de que podrían tener una historia convencional y hasta cierto punto predecible, sus directores hacían lo máximo por contarlas y desenvolverlas ante el público de una manera atractiva.

La película La apariencia de las cosas, recibe su título oficial en español porque en esencia la historia no es lo que aparenta. Aunque dicha afirmación podría parecer interesante y misteriosa, la realidad es que deviene sobre todo por un conjunto que no se decide entre ser un viaje de terror o suspenso, o un drama crudo sobre un matrimonio que se viene abajo. Amanda Seyfried y James Norton son una joven pareja recién casada de Manhattan con títulos profesionales en estudios del arte y con una hija de cuatro años de edad. Cuando a él le ofrezcen un puesto como profesor en una institución a las afueras de la ciudad, la familia decide mudarse a una casa que… adivinaron, está embrujada.

No obstante, con el pasar de los días la entidad que regularmente se manifiesta en el cuarto de la pequeña comienza a sentirse como una presencia amiga para una esposa que se siente solitaria y que es abandonada emocionalmente por su esposo ambicioso, que coquetea con señoritas del pueblo y con otras profesoras de su campus. Situada a inicios de la década de los ochenta, el escenario es idóneo para que los responsables de la película exploren un terror en donde no existen los celulares, ni el internet. Sin embargo, la oportunidad es desaprovechada porque pronto las escenas de terror se componen a base de sillas que se mecen, radios que encienden solas y luces que parpadean con cada manifestación.

Los directores Shari Springer Berman y Robert Pulcini se abocan sobre todo al cliché para darle forma a su película. Ya sea en diálogos que en ocasiones conducen forzadamente al espectador a referencias o simbologías para ser sobre entendidas con lo que se observa en la pantalla; o con puestas en escena en donde las mesas saltan en una sesión espiritista, puertas se cierran solas con violencia y una sombra atraviesa por el cuadro; o en artilugios argumentales que hemos visto una y otra vez, como un espíritu coaccionando al personaje de carne y hueso para lastimar a su familia.

Sin necesidad de leer la novela fuente, se puede adivinar con facilidad que estos problemas devienen de una adaptación fallida. Atado al arco de la historia hay un discurso feminista que habla de maridos violentos y esposas silenciadas que nunca han recibido justicia. En todo momento la inclusión de dicho tópico se siente forzada, sobre todo porque, contradictoriamente, se toma más tiempo en construir al personaje masculino, que al femenino. Por fortuna Amanda Seyfried lograr sortear las flaquezas del guion con una actuación comprometida que atrapa al espectador en todo momento. Y en el lado contrario se encuentra un James Norton que adecua con mucha habilidad sus virtudes histriónicas para un personaje chocante.

Con prontitud el terror se disuelve en una suerte de thriller sobre un matrimonio lleno de mentiras. En alguna ocasión el personaje de Seyfried afirma que se casó y tuvo hijos con premura y todavía sufre las consecuencias de ello. Se refleja sobre todo en escenas que muestran su desorden alimenticio, pero es a lo sumo lo mucho que sabemos sobre la psicología de su personaje. La película es temerosa para abrazar las controversias que la historia original propone y que aquí quedan al fondo como: el cuestionamiento del matrimonio, la violencia dentro del hogar, la homosexualidad o el cruce de ciencia y espiritualidad.

Precisamente una de las cuestiones más afortunadas e interesantes de una película como La apariencia de las cosas, es el sostén que se encuentra en la base de su historia y que habla de la espiritualidad entendida a través de la ciencia y el arte. Constantemente -y sin ninguna sutileza- se referencia a las pinturas de George Inness y la influencia que recibió su obra de los estudios sobre misticismo y espiritualidad de Emanuel Swedenborg. Una vez más, de manera poco sutil, la película recrea pinturas de aquel, para hacer una suerte de homenaje a las visiones que el pintor sufrió en aquella localidad y que dieron forma a su obra.

Desde luego es un filme entretenido y costurado con la profesionalidad de cualquier actor que sea patrocinado por Netflix. Pero, ante una historia y personajes interesantes en el papel, uno solo puede imaginar lo que un director sin piloto automático y con mayor inventiva, podría haber logrado. Al final La apariencia de las cosas resulta en una película con algunos sustos, buenas actuaciones y un cúmulo de buenas intenciones que nunca logran más que sólo eso.

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Luis Angel H Mora Mi relación más estable es con el cine, la fiesta y la música. Me encanta escribir sobre cine, conocer gente nueva y compartir ideas. Idealista en todo sentido, supongo que es mi rasgo acuariano de ascendente.