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Cine

La boda de Valentina – Crítica

08-02-2018, 6:45:24 PM Por:
La boda de Valentina – Crítica

Marimar Vega, Omar Chaparro y Ryan Carnes protagonizan un desproporcionado ejercicio mercadológico sobre el país.

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Desde siempre el cine se ha dado a la tarea de hacer comentarios de índole política, pero coincidentemente tres filmes mexicanos a estrenarse en 2018 ahondan -o rozan– estos temas. Esfuerzos como El vigilante –ficción de Diego Ross ganadora en el Festival de Morelia en 2016– o La libertad del diablo –documental de Everardo González premiado en el Festival de Guadalajara en 2017– han hilvanado con trazos serios y contundentes una postura crítica sobre la situación actual del país. La boda de Valentina, sin embargo, lo hace desde una arista cándida y superficial, pues ése no es su tema nuclear, lo presenta en cambio como trasfondo satelital para mejor concentrar sus esfuerzos en las confusiones y clichés propios de los triángulos amorosos, materia prima de un sinfín de comedias románticas.

Valentina (Marimar Vega) radica en Estados Unidos, donde aparentemente lleva una idílica existencia: ama su trabajo, la tranquilidad de sus calles y a su caballeroso, comprensivo y guapo prometido, Jason (Ryan Carnes), quien además de todas sus bondades unidimensionales, es millonario. No obstante, la familia de la chica –perteneciente a la absurda y patética clase política mexicana–, la casan a sus espaldas con un amigo cercano y su ex: Ángel (Omar Chaparro), quien hace honor a su nombre al ser un socialité solidario y cabeza de una fundación. Este contratiempo obliga a Valentina a regresar al país para divorciarse, porque, sí, en México la corrupción es tan alta que uno puede contraer matrimonio sin su consentimiento o presencia, pues además, hay un partido político incongruente y rata tras del artilugio.

Estos pequeños visos de sátira política son comentarios marginales tratados con absoluta superficialidad, sin la menor mordacidad y eventualmente con indignante condescendencia; no aportan más allá de ser pequeños gags en torno a las “ladies”, los “lords”, las peticiones de declaraciones patrimoniales, los videos de candidatos “conectando” con la gente o los cameos de periodistas y youtubers -en el micro desfile aparecen Paola Rojas, Alejandro Cacho y Chumel Torres, entre otros-. Todo lo cual se entrecruza mientras Valentina decide si quedarse con su galán, “producto nacional” o con el prometido “made in USA”.

Irónicamente, La boda de Valentina es también un desproporcionado ejercicio mercadológico sobre el país. El director Marco Polo Constandse parece tener muy claro el target hacia el cual se dirige el filme, pues como previamente ocurrió con No se aceptan devoluciones, Cómo ser un latin lover o No manches, Frida, también llegará al vecino del norte. Por ello, no son casuales las tomas aéreas sobre los rascacielos capitalinos, aquellas del Paseo de la Reforma o el Monumento a la Revolución; la intervención del camotero, el reto de los “toques-toques”, o las clásicas luchas con encontrones entre rudos y técnicos en el cuadrilátero que muestran a un México colorido y pintoresco. Pero luego esta imagen se disipa con los comentarios sobre la violencia, la corrupción, la inseguridad, el machismo y otras problemáticas locales, que además dinamitan situaciones “cómicas” banales. ¡Si tan sólo la película hubiera acertado en combinar con pericia su faceta crítica y su vena romántica! Éste no fue el caso y nomás nos queda imaginarnos lo que pudo ser…

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autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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