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Cine

La camarista – Crítica

02-08-2019, 9:36:11 AM Por:
La camarista – Crítica

El objetivo de La camarista es desnudar con la lente la monótona existencia de quienes trabajan en la invisibilidad pese a lo imprescindible de su labor.

Cine PREMIERE: 4.5
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Con una cámara prácticamente inmóvil, un buffet de planos fijos, así como un contraste entre espacios blanquecinos perfectos y cuartos de lavado con mosaicos desgastados, Lila Avilés construye visualmente su ópera prima: La camarista, cinta mexicana ganadora en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2018. El objetivo primigenio de Avilés es desnudar con la lente –desde una perspectiva voyerista– la monótona existencia de aquellas personas que trabajan a diario en medio de la invisibilidad pese a lo imprescindible de su labor; algo similar al caso de Cleo (Yalitza Aparicio) en Roma.

Aquí no se retrata el mundo de la trabajadora doméstica de un hogar, sino la camarista de un lujoso hotel de la ciudad de México. Evelia (Gabriela Cartol) consume sus horas limpiando las habitaciones de su piso –aunque tiene esperanza de llegar al piso 42–. La secuencia inicial la descubre poniendo en orden un cuarto que pareciera haber sido atacado por un huracán, sin saber que está próxima a descubrir una sorpresa. Al verla realizar las mismas acciones y seguir los protocolos al pie de la letra una y otra vez su perfeccionismo queda en evidencia, al igual que la monotonía de su vida.

Evelia no sólo se representa a sí misma, sino a todas aquellos seres humanos confinados a un trabajo que les garantiza sobrevivencia mas no realización personal. En busca de un salario y la manutención de su familia, se desvive atendiendo a otros –aunque muchos de esos clientes son malagradecidos– a costa de sacrificios personales. En el caso de Eve es no ver a su hijo de cuatro años por vivir esclavizada bajo el yugo de planchar, lavar, doblar y tender los cuartos de almas desconocidas, de patrones desaparecidos pero exigentes. Vive a merced de un trabajo infravalorado y aún menos recompensado.

Eve es sin ser ella. Trabaja, pero porque quiere obtener un ascenso que implicaría más beneficios para ella y los suyos. Se preocupa por estudiar también. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las películas, los ciudadanos de a pie no obtienen premios por sus heroísmos callados, incoloros, insípidos. Son el daño colateral de la polarización social, de la injusticia en la distribución de la riqueza; son víctimas de una falsa idea de meritocracia. En la vida no siempre el que trabaja duro avanza; puede creer que lo hace, pero en incontables casos las circunstancias se empeñan en mantenerlo dando vueltas en círculos.

Algo así ocurre en La camarista. Eve sueña con desprenderse de su estilo de vida y aspira a los lujos, los objetos bonitos y las oportunidades que tienen los huéspedes a los que sirve. Anhela reducir la brecha entre la disparidad social y educacional que los separa, pero la suerte se le resiste. En este microcosmos que sirve de radiografía de la sociedad mexicana y sus “huéspedes” –los visitantes extranjeros–, Eve simboliza a toda una población que a diario sale a ganarse el pan en un contexto desesperanzador, realista y con un maquillado porvenir.

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autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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