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Cine

La negrada – Crítica

10-08-2018, 10:43:27 AM Por:
La negrada – Crítica

Jorge Pérez Solano construye el primer filme de ficción protagonizado por descendientes de afromexicanos mediante una puesta sobria y minimalista.

Cine PREMIERE: 4
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Con una magistral fotografía de César Gutiérrez Miranda y una sobria dirección de Jorge Pérez Solano (La tirisia), La negrada se consagra como un poderoso documento fílmico. Desde su concepción se propuso darle la estafeta protagónica a un grupo usualmente olvidado en el país y no únicamente en términos fílmicos, televisivos o mediáticos. Los elegidos fueron los descendientes de aquellos esclavos africanos trasladados a México en la época colonial: los afromexicanos.

La cinta filmada en Oaxaca –de donde es oriundo el director–, en la zona de la Pinotepa Nacional, en la playa de Corraleros, coquetea con el documental y más que personajes, se esfuerza por hacer una representación de personas de carne y hueso apegadas a un estilo de vida apacible. Los hombres, mujeres y niños que aparecen a cuadro no son actores profesionales, sino seres que representan situaciones cercanas a ellos mismos, a su devenir emocional y las costumbres de su región.

Neri es un hombre común, se dedica a la pesca, pero también se ampara en los usos y costumbres que le resultan benéficos. Para él el queridato o poliamor, es una práctica común y, por ello, aunque su mujer oficial es Juanita, con quien tiene una hija, también entabló tiempo atrás una relación con Magdalena, con la cual engendró a tres hijos, de quienes desconoce sus edades. Lejos de ser un padre modelo y marido ejemplar, al menos ha sido honesto con ellas y tanto Juanita como Magdalena saben de la existencia de la otra. Ahora la primera es rondada por la muerte y la segunda deja crecer una pequeña esperanza de que Neri, finalmente, le pida matrimonio.

A través de la dinámica del trío y quienes los rodean, se establece un discurso en torno al sometimiento masculino, pues hombres y mujeres viven roles de género establecidos bajo los parámetros de un país machista y los cuales han sido absorbidos incluso en una región relegada a la periferia. La misoginia es latente. El hombre puede “tener” las mujeres que quiera siempre y cuando “cumpla”, mientras la mujer debe aceptarlo y sin tener acceso a la misma libertad.

En La negrada, Pérez Solano emplea una narrativa minimalista cuya fuerza radica en la imagen más que en los diálogos. Se apoya en las bellas playas, los recorridos en lancha, las largas caminatas de pobladores que únicamente poseen sus pies como medios de transporte, para mostrar la monotonía de un pueblo olvidado. Ellos están ahí, su vida consiste en permanecer; en aguardar el arribo de turistas para quienes sólo son una estación de paso. Su estilo estético refuerza el parsimonioso quehacer de Corraleros y su gente.

Pero la sagaz mirada de Pérez Solano va más allá. El filme es un hábil retrato sobre el cual se asientan comentarios sociales. La misoginia, sí, pero también la discriminación que estos descendientes afromexicanos sufren por su color de piel –hay una escena donde intervienen agentes migratorios que fortifica esta idea–. Varios de ellos miran a la cámara y con juguetones poemas populares postulan ideas sobre las vejaciones sufridas.

La negrada podría considerarse paralela a lo que Rigoberto Perezcano –otro cineasta oaxaqueño– construyó con Carmín Tropical; puso la mirilla sobre la comunidad muxe ubicada en su estado natal y urdió una denuncia en torno a la homofobia oscilante. Gracias al profundo trabajo de Pérez Solano y Gutiérrez Miranda tras la cámara tenemos el primer largo de ficción completamente estelarizado por afrodescendientes, donde los turistas se convierten en siluetas borrosas, personajes secundarios de la vida tranquila, de la pasividad del mar.

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autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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