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Lady Macbeth – Crítica

16-03-2018, 10:46:37 AM Por:
Lady Macbeth – Crítica

Excelente y compleja película británica en la que la venganza y la pasión emanan de la misma fuente.

Cine PREMIERE: 4
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Algunas de las preguntas inevitables que uno se lleva a casa luego de ver Lady Macbeth, película dirigida con mano firme por William Oldroyd, versan, por supuesto, acerca de Katherine Lester (interpretada impecablemente por Florence Pugh, actriz a la que en el futuro veremos mucho), el elemento alrededor del cual orbita la historia relatada y, por tanto, su razón de ser.

Si bien, dichas cuestiones no tienen que ver con los procesos mentales y emocionales que dan pie a la controvertida manera de actuar que esta joven realiza a lo largo del metraje, sino que poseen un regusto más escondido, oculto, es decir, que trasciende a lo que vemos en pantalla. Lo que realmente quisiéramos saber, para acabar pronto, son aquellas pequeñas cosas que no se muestran pero que sabemos que influyeron de manera determinante en la construcción de la personalidad de Katherine. Una infancia llena de carencias, probablemente, en la que ni ella ni su familia contaron jamás con los recursos para cubrir las necesidades esenciales y donde las humillaciones eran una constante. O quizás una niñez y una primera adolescencia en las que hubo vejaciones de todo tipo. Abusos que al tiempo la convirtieron no en la persona que alguna vez creyó que sería o que deseó ser, sino en aquella que, de acuerdo a su trastornado razonamiento, estaba destinada a ser. O incluso peor: aquella que terminó siendo lo que es porque a ello la orillaron los otros.

Conjeturas. A ciencia cierta no sabremos nada de la génesis de la compleja y trastornada psique de Katherine Lester. En este sentido, Lady Macbeth funciona de manera inversa a El listón blanco: allí donde en el filme de Michael Haneke se nos muestra el germen del mal propagándose como un virus en toda una generación de niños germanos, acá se nos enseña lo ocurrido después, es decir, el modus operandi que tendría una adulta inglesa a quien en algún momento de su corta vida se la infectó con un microbio de perversidad similar. La película del director austríaco se sitúa en la Alemania de los albores de la Primera Guerra Mundial, mientras que en el caso de Lady Macbeth el contexto es la Inglaterra rural de comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, pero ambas destilan un aroma –o una peste– semejante, compuesta ante todo por un protestantismo religioso ciego y tirano, tan inflexible como un corsé de varillas adherido al costillar.

La religión juega un rol vital porque alrededor de ella se justifica todo lo demás: la cosificación absoluta de la mujer; el obstinado clasismo que todo lo toca; el maltrato al esclavo y el consiguiente racismo; la sobrevaloración de las normas y conductas sociales y, por último, el insoportable peso de la culpa. Asimismo, y al igual que la película de Haneke, Lady Macbeth, al menos en sus primeros treinta minutos, está poblada de silencios, los cuales alimentan una contención que sabemos que tarde o temprano será imposible de perpetuar y estallará como una bomba de hidrógeno. Esta sobriedad se halla finamente acompañada por la cámara de Ari Wegner, cuyo preciosismo y regodeo en las atmósferas bucólicas contrasta con la malignidad y locura que imperan en la mente de los personajes que retrata.

Todos los elementos citados conforman, pues, el mundo de Katherine Lester, una mujer a la que la necesidad la obliga a casarse con un hombre despótico y a mudarse con él y con el padre de éste, un individuo aun más ruin y miserable. Ella, en realidad, lo único que parece desear en la vida –aunque en algún momento del filme dudemos de ello– es respirar el aire libre cada vez que quiere, eso y amar a alguien y ser amada y dejar que la pasión haga las madrugadas más largas y más hermosas. Ante la repentina ausencia de su esposo y de su suegro, que salen de la campiña para atender algunos negocios, Katherine se despoja por un momento de la opresión de la que es víctima y sale a dar largos paseos por la playa. Es en esos días de soledad cuando conoce a Sebastian (Cosmo Jarvis) un mozo que se halla al servicio de su esposo y a quien Katherine visualiza como el puerto de salida hacia el sueño buscado. De hecho abrazará la idea con tal obstinación que pasará de víctima de las circunstancias a otro tipo de personaje, uno más oscuro, maquiavélico e indudablemente más siniestro. De esos que uno como espectador difícilmente podrá olvidar.

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