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Cine

Las olas (Waves) – Crítica

21-02-2020, 1:19:17 PM Por:
Las olas (Waves) – Crítica

Liberadora y devastadora, la tercera película de Shults imita el movimiento acuoso que le da título: impone cuando nos golpea, pero nos jala después hacia la tranquilidad del mar.

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La mejor forma de entrar a las olas es también la mejor forma de entrar a Las olas: sin miedo pero alerta, disfrutando cada sentido y la amplitud imponente del panorama sin perder de vista que un cambio de rumbo o una marea repentina podría arrastrar y lastimar a cualquiera. Se camina mar adentro con esa curiosa paradoja de aligerar el alma y endurecer el cuerpo al mismo tiempo. La tercera película del texano y precoz Trey Edward Shults (nació en 1988) no es ni bella ni terrible, sino un espejo simétrico que refleja una cosa en la otra. Es una película sobre abismos sin fondo y sobre la posibilidad de seguir hacia delante; sobre lo que no puede perdonarse y también sobre el perdón.

Ubicada en una Florida de suburbios de clase media, a medio camino entre el Miami de Luz de luna (2017) y un disco de Animal Collective feat. Frank Ocean, Las olas cuenta dos historias de amor adolescente, una en su nacimiento y otra en su crepúsculo, unidas por lazos de sangre, por ocurrir en la misma preparatoria y por una noche de fiesta que resulta una bisagra trágica que no sólo divide a la película en dos lienzos simétricos, también la bifurca en direcciones opuestas con delicadeza, inteligencia y un dominio enérgico, casi estridente, de su puesta en escena. Algunos dirían que se siente como Barry Jenkins con un coctel de esteroides; otros, que es casi un drama de Xavier Dolan, sólo que bueno. Ninguno tendría razón: el alma de Las olas le pertenece a su director en tal medida, que es imposible no sentir en la piel la cicatriz ajena.

La mitad de la historia le pertenece a Tyler (Kelvin Harrison) y Alexis (Alexa Demie), una pareja inmersa en una relación que a ratos es tierna y a ratos impetuosa; la otra mitad descansa en Emily (Taylor Russell) y Luke (Lucas Hedges). Emily y Tyler son hermanos, cada uno con una relación distinta, pero igualmente tensa, con el padre de ambos (Sterling K. Brown), un hombre hecho a sí mismo, incapaz de encontrar la frontera entre el amor paternal y la masculinidad dominante.

Tyler y Luke comparten el mismo entrenamiento en el equipo de lucha grecorromana de la preparatoria, aunque cada uno cultiva una relación propia con ideales como la fuerza física o el éxito; el primero querría a su padre más lejos y el segundo más cerca, pero la reacción natural de ambos es silenciar el rencor. Emily y Alexis, cuñadas juveniles, tienen poca relación y guardan distancia, hasta coincidir en el baño durante una fiesta estudiantil. Ahí, la ola se encrespa, la marea sube y el agua nos cubre. No hay vuelta atrás.

A lo largo de una filmografía breve, directa e intensa que comenzó hace apenas un lustro y que comprende Krisha (2015), Viene de noche (2017) y Las olas, Trey Edward Shults ha descrito y explorado los rincones de los hogares norteamericanas en los que nunca da la luz ni se barre la mugre: aunque la primera es casi un documental con olor a Cassavettes y la segunda es un thriller de suspenso posapocalipsis, ambas revelan el mismo interés que Las olas por las familias disfuncionales pero, sobre todo, por las grietas en las que se cuela la ternura o la compasión.

El guion escrito por Shults está escrito con tal inteligencia moral y orfebrería en los detalles, que a pesar de que la primera mitad el punto de vista sea el de uno de los seres más despreciables y repelentes del cine reciente, su historia es contada a través de un abanico de dimensiones que logran meternos en su cabeza sin cometer el error de justificar ni relativizar sus acciones. En el hecho de dibujar el perfil de un monstruo sin remarcar el trazo de forma burda hay un humanismo notable, pues lo que vemos en él no es a un demonio, sino a un ser común y corriente: la eterna banalidad del mal.

La segunda historia muestra un equilibrio notable frente a la primera, al trasladar la perspectiva a la de otra mujer joven que es, al mismo tiempo, una observadora silenciosa del primer relato y uno de sus daños colaterales más profundos, como nos damos cuenta al conocerla. Si la historia de Tyler y Alexis nos hunde en el fondo de un estanque sin luz, la segunda es un nado directo hacia la superficie, el camino directo a una catársis. En la fuerza con la que retrata a mujeres que toman decisiones por sí mismas –sobre su mente, sobre su cuerpo– y hacen frente a las consecuencias de asumir su libertad, Las olas puede compararse con Paulina (2015) de Santiago Mitre o con las mujeres inolvidables del cine de Agnés Vardà.

Aunque no le faltan errores, como una introducción muy alargada e impresionista en exceso, un bombardeo de estímulos que a ratos estorban al relato (les hablo a ustedes, Trent Reznor y Atticus Ross) o una tentación constante por abrir más subtramas de las necesarias, nada de esto logra disminuir el efecto de Las olas, que es al mismo tiempo liberador y devastador. Es un regalo de humanidad que sigue el mismo movimiento de las aguas que le dan título: tiene una fuerza cuando se acerca y otra cuando retrocede, jalándonos al mar; una cuando la vemos, otra cuando se recuerda.

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autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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