Llaman a la puerta – Crítica de la película

M. Night Shyamalan siempre ha sabido cómo mantener a sus personajes con los pies sobre la tierra. No importa el escenario emocional en el que se encuentren, siempre es fácil conectar con ellos. Y es que sus trabajos fílmicos constantemente se ha enfocado en las fortalezas y debilidades de la condición humana. Pero también en los –muy válidos– cuestionamientos que, a veces, pueden llegar a nuestra mente cuando estamos fuera de nuestra zona de confort. Su más reciente película, Llaman a la puerta, es probablemente la obra cumbre de esa etapa existencial en la que el realizador entró no hace mucho.

En Viejos (2021), la preocupación principal del director era la manera tan despreocupada en la que la humanidad utiliza –o no utiliza– su tiempo para amar apasionadamente a otras personas y, ahora, con una elegancia y madurez apabullantes, retoma el tema del amor, pero con mayor cinismo. ¿Vale la pena amar cuando el mundo está tan dañado por las personas que lo habitan? Quizá sea imposible procesar tanta información que corre a diario en las prensas, digitales y físicas, así que, ¿por qué no sólo creer todo lo que se nos diga? ¿Qué sentido tiene hacerse preguntas en este mundo donde ya todo parece estar resuelto?

Para moldear de mejor forma todas estas preocupaciones y plasmarlas de forma didáctica en la pantalla, Shyamalan nos presenta la historia de Andrew y Eric (Jonathan Groff y Ben Aldridge, con excepcionales interpretaciones), una pareja que, junto a su hija adoptiva, Wen (Kristen Cui), se encuentra vacacionando en una cabaña en el bosque. De pronto, cuatro personas (Dave Bautista, Rupert Grint, Abby Quinn y Nikki Amuka-Bird) irrumpen, con lujo de delicadeza y amabilidad, en su estancia y, mientras los mantienen maniatados como rehenes, les revelan por qué llegaron sin previo aviso: han tenido varias visiones y saben que, si alguna de las tres personas secuestradas no mata a la otra, el apocalipsis comenzará y no habrá manera de detenerlo.

La edición de Noemi Katharina Preiswerk es concisa, y se percibe sumamente planeada. En 1 hora y 40 minutos, nada se siente desperdiciado. El ritmo es consistente y nunca nos suelta. Aplausos para la forma en la que se mantiene el hilo de la historia sin ser demasiado confusa, pero tratando de emular la constante ansiedad que se crea en una persona cuando entra en una vorágine de acontecimientos que no encajan en el modo de vida que acostumbra llevar.

Crítica de la película Llaman a la puerta

Pero hay más elementos para hacernos sentir que, aunque todo está perdido, no podemos ni debemos apartar la vista. Por ejemplo, el manejo de cámara, a cargo de los fotógrafos Jarin Blaschke y Lowell A. Meyer, con uso constante de close-ups y tomas de punto de vista que quitan el aliento.

O las actuaciones, en especial las de Dave Bautista y la joven Kristen Cui. Él, calmo pero efervescente y carismático a ratos, se despoja de su aura de luchador para tomarnos de la mano y hacernos sentir verdadero peligro; Ella, segura y astuta, brilla por la genial energía que le brinda a su personaje.

Y por último está el guion del propio Shyamalan, Steve Desmond y Michael Sherman, quienes entienden que lo que más hace falta en este mundo es empatía. Aún hay odio –como el que alguna vez vivieron Andrew y Eric, quienes aún recuerdan lo difícil que fue revelarle a los demás que eran una pareja gay–, aún hay violencia, aún hay desconfianza.

Ahí entra el elemento identificable mencionado al inicio de este texto: hay tanto que escuchar, tanto que leer, tanto que ver, que podemos colapsar. Llaman a la puerta utiliza el terror más crudo para recordarnos que hay personas que ya viven su propio apocalipsis interno. Razón por la cual, a veces, necesitamos desacelerar y darle prioridad a lo que nos impulsa a vivir.

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José Roberto Landaverde Me fascina escribir, escuchar, leer y comentar todo lo relacionado con el cine. Me encanta la música y soy fan de The Beatles, Fleetwood Mac y Paramore. Mis películas favoritas son Rocky y Back to the Future y obvio algún día subiré los "Philly Steps" y conduciré un DeLorean. Fiel creyente de que el cine es la mejor máquina teletransportadora, y también de que en la pantalla grande todos nos podemos ver representados.