Los peores años de mi vida

Dentro de las películas infantiles de acción real –y no me refiero a la nueva ola de adaptaciones de clásicos de Disney– suele haber una delgada línea entre crear historias y entretenimiento de calidad para esas mentes inocentes o hacer producciones al aventón y descuidadas aprovechando las posturas poco críticas con los atributos cinematográficos de su público meta. ¿Dónde se encuentra Los peores años de mi vida (Middle Schoool: The Worst Years of my Life)? Justo en medio de estos dos polos. 

Dirigida por Steve Carr (el mismo de la muy despreciada Movie 43, Héroe de centro comercial o Doctor Doolittle 2), es la adaptación del libro de James Patterson y Chris Tebbets que sigue a Rafe (Griffin Gluck), un chico expulsado de toda escuela posible y que llega a la última institución que lo aceptará: una «estricta academia» donde se debe obedecer un reglamento sin sentido común creado por la pequeña mente de su director, un hombre a quien nadie debería confiar a sus hijos ni su educación. Pronto el joven protagonista será medianamente bulleado y, tras sufrir una afrenta a su libertad creativa (el director destruye un preciado libro lleno de sus dibujos), decide romper cada una de las reglas del desdichado reglamento con la ayuda de su ávida imaginación, que le permite llevar a la vida sus bosquejos, y su amigo Leo (Thomas Barbusca).

El resto de la película es una serie de bromas con las que el chico reta a una autoridad de valores escolares invertidos, sin criterio ni compromiso con la educación y por ello se justifican los arrebatos de Rafe, quien tampoco se comporta adecuadamente. La cinta, entonces, envía un mensaje confuso sobre la «lucha» por ciertas causas (que en este caso es más bien una caprichosa venganza) y las consecuencias que este tipo de comportamientos ameritan más allá de los castigos escolares o la permanencia o expulsión de una institución con autoridades puestas en entredicho. 

Los peores años de mi vida busca tener corazón, pero éste se pierde entre los pobres valores de producción, las actuaciones descuidadas y exageradas de los antagonistas, la poca presencia de Lauren Graham como la madre de Rafe y los olvidos argumentales. Al inicio se plantean varios temas, como las campañas presidenciales de la escuela o el terco rechazo a las actividades artísticas (muy a la Glee) a los que nunca se les da seguimiento. Eso sí, de esta diatriba se salva el sorpresivo twist del final. 

Por más que lo intenta, Rafe se queda lejos de personajes rebeldes clásicos como Daniel, el Travieso (el de la caricatura y/o tira cómica no el de la versión cinematográfica), el Kevin McAllister de Mi pobre angelito o de luchadoras con causa como la buena Matilda en su esfuerzo por aprender y tener una escuela libre de la despiadada Troncha Toro. Aquí los personajes no son tan memorables y más bien llegan a padecerse. Se inclina más hacia el lado oscuro de las producciones infantiles pese a tratar de rehuir de él. 

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Mabel Salinas No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!