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Cine

Malasaña 32 – Crítica

06-03-2020, 12:33:56 PM Por:
Malasaña 32 – Crítica

A pesar de un trabajo sonoro y de diseño de producción excelente, Malasaña 32 nunca encuentra su rumbo.

Cine PREMIERE: 1.5
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Si hay algo que hace que Malasaña 32 no se desbarranque estrepitosamente es su cuidadoso trabajo sonoro, a cargo de un numeroso equipo comandado por Laia Casanovas, y su decoración detallista, a cargo de Pedro Díaz Peinado. Son estos elementos trabajados con una minuciosidad casi magistral los que vuelven pasable esta historia de espíritus vengadores y crímenes brutales saturada de lugares comunes desde sus emplazamientos de cámara hasta sus resoluciones narrativas que devienen humor involuntario.

Su prometedora secuencia inicial ubicada en 1972, construida a partir precisamente de sus dos elementos fuertes y de unas tomas y claroscuros interesantes que aprovechan el departamento 3B de la calle Manuela Malasaña de Madrid donde se desarrolla la historia, pronto acaba en eso, en una promesa que a la media hora ya se ha diluido completamente. Y es que cuando la situación se traslada a 1976, con la familia Olmedo llegando de un pueblo a consecuencia de una situación insostenible para instalarse en el amplio y tenebroso departamento en el que han invertido todos sus ahorros y por el que se han endeudado hasta la médula, la película dirigida por Albert Pintó se lanza en caída libre, llenándose de referencias pueriles a James Wan, al propio cine español del género e incluso a filmes como Poltergeist.

Inexplicablemente, la familia deja cada elemento decorativo de la casa tal como los recibe, pues tras la muerte de la dueña anterior nada se había tocado. Más que nada un arrebato para darle textura a los encuadres, estos elementos (crucifijos, cuadros, ¡esa mecedora!, cajones, armarios…) adquieren un supuesto peso en la trama escrita por Ramón Campos, Gema R. Neira, Salvador S. Molina y David Orea de formas que buscan más el apantalle que la conexión de la historia. La televisión y el programa infantil de marionetas, el gramófono con música de Raphael, el teléfono desconectado que no deja de sonar o la máquina de coser se integran a secuencias que nada tienen ya no digamos de aterrador, sino al menos de sorpresivo. De hecho, más bien parecen corresponder a un listado que el director fue palomeando conforme filmaba y no a una intención dramática.
Las actuaciones son, a lo sumo, cumplidoras. Pero en el caso de la protagonista, Begoña Vargas, quien hace a la joven Amparo, eso sería un cumplido. Demasiado consciente de la presencia de la cámara, la actriz se sobreactúa y se pierde en el torbellino de ocurrentes emociones que los guionistas pusieron a su personaje para dotarlo de una supuesta profundidad pero con un resultado totalmente opuesto. La fotografía de Daniel Sosa se vuelve repetitiva y deja de aprovechar la interesante opción de dejarnos en una semipenumbra desconcertante y sorpresiva que empleó en algunos momentos.

El triunfo, insisto, está en el sonido. En esos instantes de lucidez, como el rechinido de los tendederos conforme se mueven para el intercambio de mensajes entre Pepe (Sergio Castellanos) y Clara (Almudena Salort) o el del reloj, tan importante cuando se pierde el pequeño Rafael (Iván Renedo). Sin embargo el resto no está al nivel. Mucho menos la música de Frank Montasell y Lucas Peire. Y aunque Malasaña 32 intenta hablar de la violencia y discriminación por elección de género, las familias rotas y la situación económica desesperante en medio de su historia de terror con presencia fantasmal en la línea de La monja (reflejos incluidos), todo queda como un amasijo de buenas intenciones. El mejor momento llega, como debe ser, al final, cuando aparece Concha Velasco como la madre de una médium, Lola (María Ballesteros en una transformación estupenda), que padece una especie de apoplejía. El problema es que Albert Pintó nunca encontró el rumbo en esta película que se vende como la nueva joya del cine de terror español, pues no ofrece nada nuevo ni es una joya.

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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