Mente implacable
Mente implacable es una película con una trama demasiado complicada que tiene poco qué aportar.
En su propia versión del moderno Prometeo, Kevin Costner vuelve a demostrar que es la estrella que es. Aunque fue dirigida por Ariel Vromen (director nacido en Israel, entre cuya filmografía ha contado con numerosas estrellas de Hollywood y reconocido como una joven fuerza creativa), no es necesario aproximarse al espectáculo que es Mente implacable como todo un conocedor.
Para empezar, va la complicadísima trama: Jerico (el personaje de Costner) es primero sentenciado a vivir con un grillete en el cuello que lo mantiene de pie dentro de una celda de la más mugrosísima –pero altísima– seguridad. Luego es condenado a una neurocirugía (conducida por el también ganador del Oscar, Tommy Lee Jones), pues resulta que gracias a cierta particularidad de su materia gris, el cerebro de Jerico podrá reproducir la mente del personaje que Ryan Reynolds interpreta con absoluto carisma. Ah sí, y todo es parte de una misión para rescatar una muy valiosa bolsita que contiene algunos fajos de billetes de $100 dólares.
Si por lo pronto esto les parece ya un churrazo complicadísimo, entonces mejor no le seguimos, porque en el camino para cumplir esta importantísima misión, se le cruzan nada menos que la viuda y la hija del muerto, el jefe de la policía, un psycho villano español, un hacker holandés, sustancias químicas explosivas, todo tipo de autos de lujo, marcas, abogadas en tacones y hasta un cactus súper útil en caso de emergencias.
Esta historia de la bolsa con dinero, sin embargo, aunque parezca ya por demás inverosímil, es una velada asimilación de un personaje clásico, convertido en monstruo trivial. El pobre de Jerico camina por todo Londres con una irritada cicatriz en la nuca, producto de la neurocirugía (que sucedió apenas ayer), en busca de la poquita justicia que le toca tras vivir la mayor parte de su existencia tras las rejas. Según los mismos carceleros, gruñía y actuaba como un simpático antisocial. Ahora deambula sin comprender el mundo del que ha sido aislado y sostiene recuerdos incotrolables remotos y próximos, pero conmovido por la inocente dulzura en los ojos de una menor.
La película es un agasajo, con todo. La élite justiciera del gobierno muere vestida de marca y por heridas de más que una sola bala. La ciencia es desconfiable (¡cómo le hicieron esa aberración médica al pobre Jerico!), pero la película está del lado de los criminales redimidos o los monstruos reprogramados. No por nada el título original es Criminal.
Prescindible, espectador, excepto si el protagonista le merece una nueva oportunidad.
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Alejandro Murillo Alejandro estudió en el CUEC; escribe sobre cine desde antes de querer dirigir películas. Sus pasiones son grabarlo todo sin límites, programar películas en cineclubes y los títulos “jamás estrenadas en México”.
