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Cine

Mi último amigo – Crítica

28-02-2020, 4:30:03 PM Por:
Mi último amigo – Crítica

La película es una oda a la vida, al cine y a la capacidad de sobreponerse para reaprender a vivir.

Cine PREMIERE: 4
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Mi último amigo, de 2015, es la ópera póstuma del cineasta de origen argentino radicado en Brasil Héctor Babenco (Carandiru, El beso de la mujer araña, Pixote), quien falleció en 2016 después de que el filme se exhibiera en el Festival de Cine de Montreal y Willem Dafoe, el protagonista, fuera premiado como Mejor actor. Es un relato basado en la propia experiencia del cineasta cuando padeció cáncer de médula. Aunque más allá del tema de la enfermedad, la película es una oda a la vida, al cine y a la capacidad de sobreponerse para reaprender a vivir.

Elaborada con pulcritud apoyada en una fotografía de Mauro Pinheiro Jr., quien con el cambio de iluminación en una misma habitación consigue generar incluso cambios emocionales y de tono, la historia sigue a Diego (Defoe), un cineasta a quien su médico le informa que las quimioterapias que le practican han dejado de ayudarle y que es necesario que se someta a un trasplante de médula en Estados Unidos. Diego está abatido, pues sostiene que él no quiere morir en un hospital, sino en su hogar. Antes de partir, se casa con su novia Livia (Maria Fernanda Cândido) y entonces comienza un tratamiento que durará cinco años, con todas las complicaciones para su vida que ello implica.

Babenco no es condescendiente. Muestra la ira, la angustia, el miedo y la tristeza que corroen a Diego, a quien vemos cada vez más consumido físicamente en una excepcional transformación de Defoe. Muestra asimismo la brutalidad de los tratamientos. Muestra también el silencio de quienes lo acompañan y la soledad de Diego, sedado, recuperándose, tratando de entender aquello por lo que está pasando sin conseguirlo, a pesar de estar siempre acompañado.

Pero Babenco tampoco hizo un drama ni un melodrama. Su filme tiene más bien un carácter reflexivo, un tono de agradecimiento, una crudeza contrapuesta con un abordaje onírico y surrealista cargado de humor corrosivo. Es drama, comedia, ensayo, autobiografía y fantasía. Las secuencias de la hospitalización, por ejemplo, incluyen la visita de un empleado de lo que podría ser el más allá (Selton Mello), que ha llegado a llevarse a Diego. No es algo personal ni algo que quiera hacer, simplemente es trabajo, le dice. Y el cineasta le pide que pase después. Y en cada visita, intercambian diálogos fabulosos en medio de situaciones divertidas e incluso grotescas mientras, cual la Muerte y Antonius Block, juegan una partida de ajedrez.

Con este tipo de referencias, Babenco –el primer cineasta latinoamericano en ser nominado al Oscar por Mejor dirección (El beso de la mujer araña, 1985)– construyó un relato autobiográfico, pero ficticio; abrumador, pero esperanzador; realista, pero fantástico. Un relato sobre un hombre que pierde la brújula sobre el sentido de la vida y que la encuentra nuevamente en esos breves instantes en los que comparte la habitación de hemodiálisis con el amigo hindú del título original (Rio Adlakha), un niño a quien le cuenta historias para hacerle más llevadera la difícil experiencia de la enfermedad. Y así, aparecen con cascos y armas de juguete fantaseando con aquellas películas que Diego no pudo ver en el cine de su pueblo por falta de dinero pero que se quedaron con él gracias a su imaginación. Ese asidero, el del poder de la imaginación y de contar historias, es lo que pudo hacer que el director se sobrepusiera a las dificultades de su entorno durante toda su vida, y que al final lo ayudan a rehacerse y confrontarse con el arte, el amor y la pasión como banderas ante la soledad y el autoabandono.

Mi último amigo es la carta de amor de Babenco al cine, con su capacidad de transformación a pesar de no ser más que una ilusión que no sólo nos entretiene sino que nos permite reflexionar. Él se dio tiempo de hacerlo sobre el amor, la familia, las relaciones de pareja, las ambiciones, la sexualidad, la enfermedad, la pasión y, sobre todo, la vida y la muerte. La película se acompaña de un score sutil pero intenso cortesía de Zbigniew Preisner, colaborador de cabecera de Krzysztof Kieslowski, punteado además con canciones tan referenciales como “La vie en rose”, en la boda, y “Singin’ in the Rain”, en ese final luminoso.

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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