Mulán – Crítica de la película de Disney Plus

Mulán difícilmente será recordada como algo más que la película que estrenó en Disney Plus en medio de la incertidumbre de la industria cinematográfica. Al mismo tiempo, llevará por siempre la etiqueta de suceder a uno de los clásicos animados más queridos. Sin embargo, en una época inmersa en un ambiente social que constantemente evoluciona, lo que debería resaltar de la película no son sus diferencias con un producto antaño, sino la reflexión que hace de temas universales y actuales.

Dicho esto, aunque en general la nueva Mulán no es una película en extremo sobresaliente y memorable, sí contiene varias piezas afortunadas. El filme construye un rompecabezas en donde lo importante es un discurso feminista atemporal, como comprueba la verdadera edad de este relato. El relato es tratado con mucha elegancia y solemnidad por parte de Niki Caro (Whale Rider, North Country), una cineasta cuya carrera se ha caracterizado por plasmar en pantalla personajes femeninos empáticos, fuertes y aleccionadores.

«Existieron muchas historias sobre la gran guerrera Mulán (Yifei Liu), pero ancestros, ésta es la mía», resuena un diálogo inicial que está colocado allí por algo más que el azar. La directora Niki Caro abre la cinta con una confesión en la que advierte al espectador que no debe esperar revisitar aquello que le marcó hace veintidós años con dibujos animados, sino que buscará encontrar su propia esencia en la hechura del cine de nuestros tiempos.

Aunque la obra palidece a la sombra del encanto y el humor de la original de 1998, es de reconocerse el esfuerzo que, tanto guionistas como directora, hacen por tratar de actualizar una leyenda, que a pesar de su progresismo nato, aún se queda corta para los estándares modernos de hoy, cuando los roles de género han tomado cada vez menos importancia para validar el verdadero valor de una persona.

Los cambios que presenta con respecto al clásico de Disney, obedecen a una declaración de intenciones y a un discurso que debe ser entendido por las nuevas generaciones de niñas que vean la película. En esta versión, Mulán no se recorta el cabello con los designios de parecerse a un hombre y pasar desapercibida en un ejército de testosterona. Por el contrario, al no cortarlo y exhibirlo más adelante, reafirma el propósito primario del personaje de ubicarse como una mujer que ha de destacar en un grupo de varones no por lograr parecerse a ellos, sino por ser ella misma.

En el mismo orden de ideas la narrativa coquetea con el romance, pero nunca lo consuma. Y ése es un punto congruente al suponer así que la heroína no necesariamente debe encontrar el amor para sentirse plena y completar su viaje de aprendizaje. La cinta tampoco cierra la posibilidad del amor, pero no lo destaca, dejándolo en segundo plano entre homenajes más importantes.

Si bien se trata de una producción estadounidense enfocada claramente para un público anglosajón, Niki Caro se permite experimentar con la estética de las épicas wuxias de Zhang Yimou como La casa de las dagas voladoras, u otras con más difusión en nuestra cultura como El tigre y el dragón de Ang Lee.

Concebida bajo dichos parámetros, la nueva Mulán abandona (casi por completo) la infantilidad y el humor tontarrón, para abrazar una acción cinematográfica y narrativa. En ésta, los escenarios son un personaje más, dispuesto para ayudar en las batallas cuerpo a cuerpo -pasillos estrechos en donde los personajes pueden caminar desafiando la gravedad-. O en donde su utilizan artefactos que desafían las leyes de la física como túnicas voladoras que propinan golpes y lanzas tan precisas como veloces.

Para el mismo propósito, la fotografía colabora con movimientos de cámara que refuerzan la fisicalidad de la escena. Estos también nos regalan varios cuadros memorables que acentúan la identidad de esta película como un blockbuster de gran presupuesto que debe servir fielmente al eye candy.

Sin embargo, todo lo anterior queda eclipsado por un guion que falla al explotar cada una de las identidades de aquellos personajes que no son Mulán. Si acaso, existe una cierta atención en el personaje de «La bruja» (Li Gong). Uno que resulta en una novedad para esta nueva visión de la leyenda, pero que tiene una finalidad concreta para servicio del mensaje de la historia.

De igual forma, la música de Harry Gregson-Williams se aboca directamente a la acción y no explora con determinación las enormes posibilidades que tenía un relato enfocado en la cultura oriental. Se antoja la pasión que mostró John Williams en Memorias de una geisha o el homenaje a la épica de acción que compusiera en su momento Christopher Young para El rey mono.

A pesar de sus fallos y de un encanto que no termina de consumar por completo, la película Mulán de Niki Caro brilla por sus esfuerzos. Sus esfuerzos de consolidar un discurso -no forzado- feminista actualizado para las nuevas generaciones; el de hacer un homenaje al género Wuxia; y el de ser en general un filme muy entretenido, con una estética impecable. La película rehúye por completo de una aburrida repetición, como sí sucedió con otros live actions de Disney como la reciente El rey león de Jon Favreau.

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Luis Angel H Mora Mi relación más estable es con el cine, la fiesta y la música. Me encanta escribir sobre cine, conocer gente nueva y compartir ideas. Idealista en todo sentido, supongo que es mi rasgo acuariano de ascendente.