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De Talky Tina a M3GAN: La evolución de los muñecos malditos en el cine de terror

13-03-2024, 9:00:00 AM Por:
De Talky Tina a M3GAN: La evolución de los muñecos malditos en el cine de terror

Los juguetes y muñecos, que tantas alegrías dan a los niños, han sido convertidos por el cine en elementos recurrentes de las peores pesadillas.

Diversos estudios aseguran que los muñecos son importantes para el desarrollo de los niños, por lo que resulta sumamente extraño que estas mismas figuras inspiren terror en tantas personas. La psicología ha bautizado estos temores como pediofobia, pero ha batallado por explicar sus razones.

Se sabe que puede surgir de un vínculo con algún suceso traumático y que puede ser aprendido del núcleo familiar. Más recientemente se ha especulado sobre su cercanía con la teoría del Valle Inquietante, “un sentimiento de rechazo que inspiran las formas antropomorfas excesivamente próximas a la realidad” [vía], pues aunque suele ser relacionada con los robots dotados de forma humana, se piensa que también podría explicar la animadversión hacia los muñecos de tintes más realistas.

Finalmente se ha considerado la posibilidad de que sea una fobia propagada por la cultura popular vista en el cine y la televisión, que ha convertido a estos muñecos o juegues en un elemento recurrente del terror durante casi un siglo.

La incursión de estos personajes en el género sucedió con las marionetas, al aprovechar su cercanía para explorar los demonios internos que aquejan al hombre. El primer proyecto en hacerlo fue The Great Gabbo (1929), estrenada en la era silente y que nos introdujo con un perturbado individuo que sólo es capaz de externar empatía a través de su muñeco Otto. Casi 15 años después, la antología Dead of Night (1945) retomó la premisa con The Ventriloquist’s Dummy, sobre un sujeto que debe enfrentar la ira de Hugo, una marioneta que decide cambiar de dueño.

Tuvieron que pasar casi 20 años para que el concepto se consolidara con títulos como Devil Doll (1964), así como los episodiosThe Dummy” (1962) y “Caesar and Me” (1964) de The Twilight Zone. Más importante aún fue que el show de Rod Serling representó el salto de los juguetes al terreno paranormal con Living Doll (1963), sobre una muñeca que defiende a su niña de los malos tratos de su padrastro acomplejado. La figura, que recibió el nombre de Talky Tina, fue la primera entre los muñecos de terror en la historia de la industria audiovisual.

La evolución de los muñecos malditos en el cine de terror

La concepción del muñeco diabólico en el cine de terror

La unión americana se cimentó sobre bases puritanas que ven el mal en lo diferente, al considerarlo una amenaza directa contra su estilo de vida. Este legado cultural siempre ha estado presente en su industria cinematográfica y televisiva, con los salvajes apaches del western y los extraterrestres del sci-fi siendo algunos de los mejores ejemplos.

El terror ha sido todavía más implacable, al convertir las creencias extranjeras en una auténtica manifestación del mal, una tendencia que se disparó hacia los 70 como consecuencia de Vietnam y la lucha racial que aquejaba al país. Sin embargo, las tradiciones asiáticas y africanas eran tan lejanas que resultarían incomprensibles para las audiencias, de modo que la solución fue recurrir a los miedos ancestrales del vudú, cimentados en el imaginario colectivo gracias a la esclava Tituba cuyos rituales detonaron los juicios de Salem, así como la popularidad de Fred Staten, presunto sacerdote vudú que se tornara famoso por su club nocturno en Nueva Orleans y que inspirara a Papa Midnite del cómic Hellblazer.

Esto explica que la década se caracterizara por figuras que cobraban vida al albergar las almas de sus respectivos creadores, quienes recurrían a ellas como un método pagano para alcanzar la inmortalidad. Las antologías Asylum (1972) y Trilogy of Horror (1975) fueron las primeras en hacerlo, destacando que ninguna empleó juguetes, sino autómatas y esculturas tribales.

El recurso se trasladó a los muñecos más de diez años después con Dolls (1987), sobre un juguetero que emplea sus figuras para aprisionar las almas de personas malvadas. Este proyecto comenzó el auge la figura maldita que alcanzó su punto más alto con títulos como Chucky: El muñeco diabólico (1988) y Puppet Master (1989), cuyo éxito radicó en sus altos niveles de violencia, así como en que fueron los primeros personajes de este tipo con una personalidad bien definida.

Ni siquiera el cine mexicano escapó de este fenómeno con Vacaciones de terror (1989), sobre una bruja que transfiere su alma a una muñeca instantes antes de que la quemaran. Su éxito le valió una secuela al año siguiente y la reciente confirmación de un remake para una generación de aficionados que no olvidan el terrorífico movimiento de sus ojos.

Los nuevos muñecos de terror

Los atentados terroristas del 9/11 tuvieron un enorme impacto en el cine de terror norteamericano, que aprovechó las propiedades simbólicas del género como una auténtica terapia para aludir y tratar de explicar los acontecimientos. Los muñecos malditos han contribuido de manera importante en estos esfuerzos, siendo Billy de El juego del miedo (2003) el primer gran referente. La franquicia retoma el concepto de las marionetas de un modo perturbador, con John Kramer / Jigsaw convirtiendo un juguete diseñado para su hijo nonato en el medio para canalizar su ira contra aquellos que merecen un castigo por no saber apreciar la vida, “víctimas que no son terroristas, sino norteamericanos que pagan un alto precio por su estilo de vida liberal” [vía].

Resulta irónico que sólo un par de años después, los juguetes cobraran una condición maldita en el mundo real, cuando la CIA se asoció con el creador de GI Joe para la operación Devil Eyes, que consistía en la creación de juguetes con forma de Osama Bin Laden para su distribución en Pakistán y el sur de Asia. Su peculiaridad radicaba en que el calor cambiaba su apariencia, al desprender un color rojo que emulaba al diablo y con el que se pretendía atemorizar a la gente de la región para evitar su afiliación a las cédulas de Al Qaeda. Con estos antecedentes, no sorprende que el siguiente muñeco del terror cinematográfico estuviera directamente relacionado con el demonio: Annabelle.

La muñeca maldita que protagonizó uno de los episodios más perturbadores de los archivos Warren, se convirtió en el gran referente de El conjuro (2013) sin ser la villana estelar. Esta condición se reservó para su serie de spin-offs, que rescataron el abuso ritual satánico (ARS), el pánico moral usado en los 70 para señalar a los que iban contra lo socialmente establecido como ilegales, drogadictos y detractores de Vietnam, y retomado para aludir a grupos que disfrutan con la violencia al más puro estilo terrorista. No menos interesante fue que la franquicia, al igual que muchas otras de su tiempo, renovó el concepto de la casa embrujada con entidades tan poderosas que su influencia se propaga más allá de un inmueble, simbolizando así que el mal está en todos lados.

Más recientemente, la historia de los juguetes cinematográficos dieron un vuelco sin precedentes con el remake de El muñeco diabólico (2019) o M3GAN (2022), que se desprenden de los rituales paganos para abordar los miedos tecnológicos de una nueva generación. El temor a que nos rebasen las máquinas, la poca ética de los programadores y la posibilidad de que nuestra compleja naturaleza humana resulte incomprensible para su programación y genere resultados desastrosos.

Los juguetes evolucionan con el tiempo, pero los miedos que generan en nosotros se mantienen. Ya sea en la forma de una vieja muñeca o como una pieza tecnológica, sus miradas cristalinas son un testigo constante de los errores que nos han aquejado por generaciones y que han convertido las placenteras tardes de juego en auténticas pesadillas.

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autor Algún día me uniré a los X-Men, la Alianza Rebelde o la Guardia de la Noche. Orgulloso integrante de Cine PREMIERE desde el 2008.
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