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Cine

No es más que el fin del mundo

22-12-2016, 12:04:32 PM Por:
No es más que el fin del mundo

Retrato de una familia disfuncional que funciona pese a las críticas en su contra.

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Un joven escritor vuelve al hogar que dejó hace doce años para comunicar a sus familiares que se encuentra afectado por una grave enfermedad. Esas 24 palabras bastan para describir grosso modo No es más que el fin del mundo, sexto largometraje de Xavier Dolan, director que se caracteriza por ser más enfant –sólo tiene 27 años– que terrible y por contar regularmente con el apapacho de Cannes, festival que ha premiado todas sus películas a excepción de Tom à la ferme, que fue presentada en Venecia. Esa aparente deferencia hacia el joven cineasta nacido en Montreal no se debe, por supuesto, a la simpatía que despiertan sus rasgos agradables y aniñados, ni mucho menos a una francofilia que ya hubiera querido presumir Porfirio Díaz, sino a un talento tan evidente y palpable como la inclemente frialdad del invierno quebequés.

En realidad, el problema más grande al que se enfrentó No es más que el fin del mundo –galardonada finalmente con el Premio del Jurado y el Premio del Jurado Ecuménico– surge como resultado de sus propios aciertos, pues no hay nada peor para un creador calificado de virtuoso que no cumplir con las expectativas de los otros. En pocas palabras, es probable que esta adaptación al cine de la obra de Jean-Luc Lagarce hubiese recibido críticas en su mayoría positivas de no haber contado con Dolan como capitán del proyecto, pues el resultado final no alcanzó para considerarlo propio de una obra maestra, factor con el que aparentemente contaban algunas eminencias del cine francófono. En defensa de Dolan diremos que quizá nunca tuvo la pretensión de rodar esa gran película que muchos creían que verían, sino sencillamente la de darle continuidad a la impronta que ha creado con su quehacer cinematográfico. Para ello se sirvió de un guion teatral de Jean-Luc Lagarce que aborda temas que aparecen de común en su filmografía, como lo son las relaciones familiares y la homosexualidad pero, por primera vez, sirviéndose de unos actores que valen su peso en oro puro.

Quién lo diría pero esto último jugó en contra de la producción pues, como ya hemos dicho, tanto nombre despampanante impreso en los créditos aumentó la ya de por sí inflada –y falsa– promesa de que Dolan redimiría al cine, y ya no sólo el canadiense, el quebequés o el francófono sino todo él. Sin embargo, y pese a que la reunión de Marion Cotillard, Vincent Cassel, Léa Sexdoux, Gaspard Ulliel y Nathalie Baye en el mismo espacio no culminó en una apoteósica revolución del arte, el mero hecho de ver a estos titanes en una sola habitación y desplegando a raudales lo que mejor saben hacer en la vida, que es actuar, merece, de forma automática, una puntuación por encima de la media en cualquier medio impreso o cibernético que aborde la crítica cinematográfica. Eso aunque, al realizar un balance último de la obra, no nos quede más que concluir que Dolan ha preferido ser otra vez Dolan que dar un paso hacia el despeñadero. De allí que en No es más que el fin del mundo no encontraremos sino más de lo mismo: close-ups ad infinitum; poética que a ratos raya en la cursilería; música dramática excesiva; fotografía preciosista, todos ellos rasgos que, en combinación con la maestría con la que el canadiense conduce los aspectos emocionales e íntimos de sus personajes, han terminado por colocarlo en ese punto privilegiado al que cualquier director aspira y que podríamos definir por dos cuestiones tan esenciales como prácticas: encontrar los fondos necesarios para hacer la películas que a uno le da la gana hacer, y poseer un estilo de dirigir diferente, propio, de tal manera que no haya actriz o actor que no quiera trabajar contigo. En este sentido es justo aceptar que Xavier Dolan ha llegado allí por méritos propios y probablemente se mantenga por un largo tiempo en ese sitio, incluso si esa anhelada obra maestra suya nunca llega. Tampoco, en cualquier caso, sería el fin del mundo.

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autor Carlos Jesús (aka Chuy) es escritor y periodista freelance. Desde 2006 radica en Berlín, desde donde colabora para distintos medios. Sus pasiones son su familia, la cerveza, escribir relatos y el cine de los setenta.
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