Okja

No soy de esos críticos a los que les guste regalar superlativos, pero Okja se los merece. La cinta del director sudcoreano Bong Joon-Ho es un clásico instantáneo. La historia en sí es arquetípica, casi casi un cliché: una niña tiene un fuerte lazo con un ente no-humano que se encuentra en peligro y necesita que lo salven. Hasta ahí, podemos pensar en cintas clásicas del cine norteamericano como E.T: El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) o El gigante de hierro (Brad Bird, 1999). Sin embargo, Okja está poblada de detalles que la hacen única. Netflix hizo bien en invertir en esta cinta que fue estrenada en el Festival de Cannes envuelta en controversia debido al terreno que los servicios de streaming están ganándole a los métodos de producción y distribución tradicionales. 

La historia gira en torno a la hermandad entre la pequeña Mija (Seo Hyun-Ahn, toda una revelación) y un supercerdo hembra producto de la ingeniería genética llamado Okja, quienes disfrutan de una vida idílica en las montañas coreanas al lado del abuelo de Mija. Niña y supercerdo corren por los bosques, toman siestas al lado del río y comparten una complicidad fraternal. Sin embargo, Okja fue creada por la Mirando Corporation, una empresa que quiere lanzar productos para consumo humano hechos a base de estos supercerdos. Cuando llega el turno de Okja de participar en una competencia mundial para revelar al mejor supercerdo de todos, comienza una persecución que lleva a este par por todo el mundo. En el camino se encuentran a activistas pro derecho de los animales, un estrafalario conductor de televisión (Jake Gyllenhaal sorprendente e irreconocible) y a la terrible CEO de Mirando, Lucy Mirando (Tilda Swinton, camaleónica). 

Además de ser una película entretenidísima con toques de un humor finísimo, Okja es una denuncia en contra de la industria alimenticia y sus métodos cuestionables de sacrificio animal. Como documentales estilo Food Inc. (Robert Kenner, 2008), Okja nos hace cuestionarnos los dilemas éticos que existen en torno al consumo indiscriminado de productos animales. El director es diestro al mezclar imágenes fotografiadas con minucia en los paisajes naturales y urbanos, y video de estética amateur en que se muestran las vejaciones de las que son objeto los supercerdos. Es aquí donde Bong Joon-Ho es valiente: a pesar de que su cinta podría considerarse como un producto de enorme potencial ante el público infantil, no tiene empacho en mostrar los ríos de sangre y cadáveres destartalados que deambulan por un matadero. 

Lo único que podría reclamarle a esta cinta es que me hubiese gustado verla en pantalla grande. Los valores de producción son de primer orden. Los efectos de sonido y la música gitana que acompañan a la acción merecen ser escuchados en el cine. Además, Okja es el ser digital con el que he establecido una relación emocional más cercana: el juego de miradas que el supercerdo establece con Mija y con el espectador es puro y natural. Como lo hicieran el Gollum en la saga El Señor de los anillos y el heroico chimpancé César en la ahora trilogía de El planeta de los simios, ambos interpretados por Andy Serkis, Okja nos hace expandir los alcances del cine digital. Su cuerpo voluminoso se mueve con una naturalidad hasta ahora inusitada: el espectador olvida que se trata de un ser digital, lo que le permite a Bong Joon-Ho moverse del artificio al arte. 

Con Okja, Bong Joon-Ho reafirma su posición como uno de los cineastas más interesantes del cine mundial, capaz de pisar esa endeble línea entre el cine de arte y el comercial. Si con su suerte de Godzilla coreano El huésped (2006) se hizo de un nombre en los circuitos de arte, y con la alegoría apocalíptica El expreso del miedo (2013) había llamado la atención de un público más amplio, con Okja se consolida.  Imposible perderlo de vista.

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César Albarrán Torres Es investigador del Programa de Culturas Digitales de la Universidad de Sydney. Es el editor fundador de cinepremiere.com.mx y escribe sobre cine, televisión y tecnología en diversos medios nacionales e internacionales.