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Cine

Pájaros de verano – Crítica

13-12-2018, 11:48:57 AM Por:
Pájaros de verano – Crítica

Pájaros de verano es una inusual cinta de gangsters que cuenta una historia épica situada en el pueblo wayú.

Cine PREMIERE: 4.5
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Más que balazos, en Pájaros de verano (2018) escuchamos el viento. La sinopsis nos promete una película de gangsters y, sin evadir los elementos típicos del género, los colombianos Cristina Gallego y Ciro Guerra nos dan algo más vasto: una imagen de la tradición y el misterio defendiéndose como pueden del voraz hocico capitalista.

Aunque en un comienzo Rapayet (José Acosta) busca conseguir la dote para casarse con Zaida (Natalia Reyes) de acuerdo con la norma wayú, es la presencia de los Cuerpos de Paz estadounidenses lo que le brinda una oportunidad no sólo de obtener animales y collares para intercambiarlos por su novia, sino de crear una prosperidad peligrosa para su clan. Los norteamericanos se aburren en su amistosa lucha contra el comunismo en Colombia pero Rapayet y su amigo Moisés (Jhon Narváez) se ofrecen para conseguirles mariguana. Pronto ambos emprendedores estarán abasteciendo ya no a los inofensivos hippies sino a traficantes estadounidenses. Su negocio no atraerá a las autoridades, siempre a la venta, pero sí vendrá con sueños que anuncian la catástrofe.

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En Pájaros de verano los invasores no son los extranjeros —al menos no directamente— sino el dinero, los rifles, las casas: las cosas.

Esta relación entre el sueño y la desgracia la explora Jean-Marie Le Clézio en El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido. El libro explica que en la noche los mexicas y otros pueblos vieron venir la invasión y, con ella, la extinción de sus culturas. En Pájaros de verano los invasores no son los extranjeros —al menos no directamente— sino el dinero, los rifles, las casas: las cosas. Gallego y Guerra nos muestran un sueño donde un muerto con cara de tela, como Los amantes, de Magritte, parece anunciar una debacle que más adelante se revelará inevitable.

También durante el día se aprecia este tono ominoso, con imágenes que parecen más cerca del western que del cine de gangsters. De por sí, una película sobre crimen organizado en el mundo indígena ya subvierte las convenciones de un género que nació vinculado a las ciudades y la migración, pero además los directores y el cinefotógrafo David Gallego buscan transmitir una especie de trascendencia ligada al pensamiento wayú. Los espacios desérticos dan una impresión de infinidad, y la imagen del viento empujando telas y cabellos hacia esa vastedad sugiere una presencia espectral. Quizá los directores caigan en la idealización de los wayú —claramente se ubican del lado de sus tradiciones— pero, frente a la amenaza de un materialismo radical, la decisión es tentadora.

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De por sí, una película sobre crimen organizado en el mundo indígena ya subvierte las convenciones del género pero, además, los directores buscan transmitir una especie de trascendencia ligada al pensamiento wayú.

En consecuencia, Gallego y Guerra se inscriben en la gran tradición del cine latinoamericano. Ya en La sangre del cóndor (1969), por ejemplo, Jorge Sanjinés había denunciado a los Cuerpos de Paz como una interrupción de la vida indígena, acaso de manera literal. En Pájaros de verano su presencia despierta la ambición del protagonista, y pronto las costumbres del mundo occidental se introducen para desafiar el estilo de vida wayú en todas sus formas. Al pasar los años los personajes comienzan a desobedecer los consejos de la matriarca, Úrsula (Carmina Martínez), y abandonan las telas tradicionales en favor de un vestido más bien urbano. Sobre todo —y al igual que sus mansiones y sus autos— este nuevo estilo es ostentoso. El mundo espiritual cede ante las obsesiones materiales pero ya vendrá su venganza. ¿O es que Rapayet y su clan se dirigen por su cuenta a la destrucción? El guion de María Camila Arias y Jacques Toulemonde Vidal se presta tanto a la interpretación religiosa como a la psicológica, pero de cualquier modo expresa el peligroso encuentro de un mundo original y antiguo con uno desenfrenado y codicioso.

Abrí este texto no con una imagen —que se suele concebir como el medio y el fin del cine— sino con un sonido, tan importante o quizá más que lo que vemos en muchas películas. Más sutil pero muy presente en la película, el silencio y el viento ligan a Pájaros de verano con el resto de la filmografía de Guerra de manera más intensa que otros elementos. El sonido nos expresa la ferocidad de una balacera y del sanguinario silencio que la sucede. De manera contundente, lo que oímos nos cuenta cómo en su intento de tenerlo todo, los wayú se encaminan a la nada.

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