Pelé: La película

Sinceramente, la primera vez que vi el trailer de Pelé: La película no esperaba nada más que un mamotreto. No obstante, la película escrita y dirigida por los hermanos Jeff y Michael Zimbalist, a pesar de sus fallas, es una cinta interesante hecha con enjundia y con cierto toque emotivo. Tampoco es como para echar las campanas al vuelo, pero hay una cuidadosa puesta en escena, una muy buena recreación de jugadas (poco menos que exacta) que casi 60 años después siguen maravillándonos y, sobre todo, una acertada decisión de sólo enfocarse en los primeros años de Edson Arantes do Nascimento, hasta que comanda a la selección de Brasil a ganar su primer campeonato mundial de futbol en 1958, en Suecia, cuando apenas tenía 17 años y estaba prácticamente sentenciado a permanecer en la banca.

La historia (hablada totalmente en inglés; producción estadounidense a final de cuentas) empieza con el pequeño Edson (Leonardo Lima Carvalho), entonces llamado Dito, de 10 años. Trabaja boleando zapatos pero pasa su tiempo jugando con sus amigos del barrio con un balón improvisado hecho con telas. Es en ese momento, cuando el pueblo siempre futbolero queda abatido por la derrota de la selección brasileña con la uruguaya por la que perdieron el campeonato mundial que jugaba de locales en 1950 (con el famoso maracanazo), cuando el niño le promete a su padre ganar un mundial.

Un día, cuando acompaña a su madre (Mariana Nunes) a limpiar la casa de una familia adinerada, se entera de que hay un torneo en el que habrá un cazatalentos del club profesional de futbol soccer Santos. El torneo sale bien, pero hay una tragedia que marca a Edson y termina abandonando el futbol y acompañando a su padre (Seu Jorge) a trabajar de intendente en un hospital. Pero este, exfutbolista lastimado de las rodillas, se da cuenta que el “ginga”, el estilo heredado de los esclavos, es muy fuerte en él y entrena al muchacho ya de 15 años (Kevin de Paula).

A partir de ahí sigue el proceso de maduración del personaje, la parte que fascinará a los amantes del futbol y que presenta el viaje del héroe que deberá descender a los infiernos para aprender a vencer sus miedos y confiar en sí mismo. Todos los actores, incluido Vincent D’Onofrio en el papel del director técnico de la selección de Brasil que convoca a un jovencito, hacen lo suyo sin demasiado esfuerzo. No hace falta profundizar ni mucho menos; todo está hecho de tal forma que los arquetipos embonen y no haya mucho más. Hace falta un mejor desarrollo del arco dramático, una banda sonora que contrapuntee mejor. Lo que sí es aplaudible es la coreografía para los juegos y la reconstrucción de las jugadas históricas del Rey Pelé, a quien bastaron un par de partidos para sacudirse la presión y dejar correr su talento casi inhumano.

Hay que tener ciertas nociones sobre futbol para que tengan total sentido los huecos dejados por los realizadores en información que obviaron. Aunque, insisto, ha sido un acierto sólo centrarse en los primeros dos años de la carrera del Rey. Por cierto, el Pelé verdadero aparece en un cameo en la escena del hotel previa al partido de la final. 

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Javier Pérez Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".