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Perfume de violetas: Un golpe seco a las buenas conciencias

21-06-2020, 8:00:00 AM Por:
Perfume de violetas: Un golpe seco a las buenas conciencias

Perfume de violetas fue una propuesta impactante para el cine mexicano de inicios del siglo XXI, pues puso el dedo en la llaga de la violencia de género en México.

Este artículo fue publicado originalmente en Cine PREMIERE No. 81, en junio de 2001.

La idea de Perfume de violetas, quinto largometraje de Maryse Sistach, procede de una estrategia de trabajo muy sencilla. En un taller de actuación, integrado por adolescentes proletarios, se les pregunta a los alumnos sobre alguna experiencia vivida en sus escuelas. Se selecciona la mejor y luego se improvisa a partir de ella.

El laboratorio teatral se instala en la colonia Santo Domingo Coyoacán. Para tener mayor libertad en el acercamiento a los jóvenes y en el contacto diario con el barrio, Sistach trabaja con un equipo de 16 mm y un presupuesto muy bajo (el más modesto de todo el año fílmico: 800 mil pesos). Luego vendrán el transfer de la película a 35 mm, la búsqueda de un distribuidor, y la lucha por evitar una clasificación restrictiva (para mayores de 18 años), forma insidiosa de censurar una película dirigida esencialmente a un público adolescente.

La historia escrita por el guionista y director José Buil, esposo de la cineasta, tiene un punto de partida aún más lejano. Explica Maryse: «En 1985 vi una nota roja que me llamó mucho la atención. Era un pequeño párrafo que hablaba de dos niñas que robaron un perfume. A una de ellas la prostituía el hermano, luego la apresaron y la mandaron a una correccional. Sentí que el perfume que habían robado era una manera de esconder la violencia cometida contra una de ellas. Desde esos años tuve guardada esa nota. Cuando me percaté del incremento de la violencia sexual contra la mujer, decidí realizar esta película.»

Una experiencia original

En un panorama fílmico donde frecuentemente prevalece el gusto por temáticas inofensivas y proyectos ‘rentables’, la apuesta de Sistach es enorme. La directora no sólo rompe con su propia trayectoria (Anoche soñé contigo, El cometa), regresando a una vocación original más gratificante y mejor comprendida (la del corto Conozco a los tres o la de su ópera prima Los pasos de Ana), sino que registra inquietudes sociales cada vez más elocuentes: el cuestionamiento del sexismo, el auge de actos de violencia contra mujeres en nuestro país (el cálculo asciende a 150 mil al año), y el creciente reclamo de derechos por parte de las personas afectadas.

Con todo, la directora no ofrece un documental ni tampoco una película panfletaria. Su propósito es más ambicioso: combinar elementos de ficción que vuelvan la experiencia más entrañable para un público masivo, y aspectos testimoniales que sean reflejo de una realidad insoslayable. No hay distancias académicas, ni costumbrismo fotogénico, ni salidas humorísticas fáciles. Tampoco arrobo sentimental frente a la miseria. Sistach sabe que sin capturar a un público popular la cinta se derrumbará a la segunda semana de exhibición. Y por esta razón favorece, a través de sus dos protagonistas, el itinerario moral de una relación amistosa laboriosamente construida, y la complejidad psicológica de la rebelde Yessica (Ximena Ayala), con su vulnerabilidad extrema, sus reclamos de afecto, su temperamento aparentemente hosco, y su ternura insondable. 

«La esencia de mi personaje es el de una chavita rebelde, que se guía por sus instintos. Ella no piensa en las consecuencias de sus actos, sólo se rige por sus deseos. Tiene una rabia interna que la lleva a comportarse así»: Ximena Ayala.

Oídos sordos, nadie te escucha

Son muy pocos los personajes femeninos adolescentes que logran en el cine mexicano semejante riqueza expresiva, y esto es un acierto capital de la cinta. Otro acierto es una visión de conjunto que no se limita a esta historia armada inteligentemente por José Buil. En efecto, Perfume de violetas es la primera parte de una trilogía que planea la directora. En un segundo tiempo se abordará la manera en que los jóvenes viven el acto de violencia que describe la primera cinta, y en el tercero, el punto de vista de la propia sociedad que genera estos actos. Lo interesante es que en la historia de Yessica, la adolescente violada que luego padece el agravante del hostigamiento moral de su entorno, se perfilan ya los elementos de las historias siguientes. La madre de la amiga de Yessica (Arcelia Ramírez, mejor que nunca) se vuelve portavoz de una moral social hipócrita, y responsabiliza a la víctima de lo que le acaba de suceder («Cuando las muchachas no se dan a respetar, les pasan cosas así, o peores»), un argumento que rebasa holgadamente el ámbito familiar para expresarse, con insensibilidad semejante, en declaraciones de alcaldes panistas o en pronunciamientos eclesiásticos.

Un tema central en Perfume de violetas es justamente el silencio, el desdén moral que reservan a la protagonista las personas que le rodean, y cuyo afecto y comprensión es reclamado por ella constantemente. Rechazo de su novio, quien pretende no tener ya nada que ver con la joven de «cascos ligeros»; rechazo de la amiga que se siente traicionada; rechazo de la directora de la escuela… aunque también un asomo de solidaridad por parte de las mujeres que se percatan de la violación sufrida. La película recrea, a su manera, las atmósferas de la intolerancia social y revela de paso respuestas más generosas. De igual modo abre, con más de 100 copias para su distribución nacional, un debate necesario sobre el tema de la violencia sexual. Bárbara Illán, directora hace dos años de Atención a Víctimas de Delito, de la Procuraduría General de Justicia del D.F., señalaba entonces las consecuencias psicológicas de una agresión como la que padece Yessica: «Sigue siendo un estigma el que se haya sufrido una agresión sexual. Las mujeres se sienten culpables de haberla vivido. El principal rasgo emocional es la culpa interiorizada, la cual provoca una pérdida de la autoestima. Paradójicamente, los violadores pasan por un proceso de desculpabilización».

En Perfume de violetas se registra este fenómeno a través del mutismo de la protagonista, su negativa a recibir ayuda y a revelar a las autoridades de la escuela lo que le ha sucedido. Existe miedo a las represalias, por supuesto, pero también una crisis de inseguridad y autodepreciación, que se añade a los estragos padecidos. 

«Lo que más me intereso de la historia es la dualidad de valores y de moral que se maneja. A veces odias a los personajes y otras veces sientes pena por ellos»: Arcelia Ramírez.

Un crimen sin castigo

La película no lo señala explícitamente, ni tampoco es su primer objetivo, pero las consecuencias de la agresión sexual son enormes para el desarrollo físico y emocional de la víctima: daños psicológicos severos, depresión aguda, embarazos no deseados, conductas autodestructivas, y muy a menudo, abortos mal practicados. Del otro lado, las más de las veces, impunidad del agresor o justificaciones moralistas, como en el célebre caso de la niña Paulina en Mexicali, o en la burocracia judicial que ha acompañado los casos de más de 200 mujeres violadas en Ciudad Juárez.

Al respecto, Maryse Sistach no elude reivindicar lo más valioso de la cinta, su propio punto de vista: «No hay mejor momento que el actual para estrenar esta película. Yo no tenía ningún afán de denuncia, sino que al ver el dolor de las niñas se viera el lado humano de lo que está pasando. Para mí era más interesante ver a una chavita que está surgiendo, llena de vida, que quiere hacer tantas cosas, y mostrar cómo la gente que se supone la ama, la hace sufrir de esta manera. Estamos en una etapa en la que tenemos que tomar una postura. No me imaginaba –aunque todos queríamos el cambio– que la derecha y la Iglesia estuvieran tan presentes. Tomar posición ahora me parece importante, y la cinta es una toma de posición». 

La postura de la directora, cabe repetir, dista mucho de ser panfletaria. Tampoco es tremendista su manera de abordar el tema. La razón por la que nadie acusa de tremendista al desenlace del episodio No matarás en el Decálogo de Krzysztof Kieślowski, es por la notable estructura dramática que le precede. En Perfume de violetas, la progresión dramática tiene tal calidad, y los personajes femeninos y masculinos tal riqueza expresiva, que muy pronto se evita el esquematismo de víctimas y villanos, la sucesión de escenas tremendistas, y se apuesta por una mirada a la vez objetiva y honesta. Estamos muy lejos de El callejón de los milagros, de Jorge Fons, y su voragine de calamidades, y también del cine de Arturo Ripstein y su engolosinamiento estético con la miseria sexual.

Perfume de violetas, un golpe seco a las buenas conciencias, es una estupenda sorpresa del cine mexicano.

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