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Cine

Por un hijo – Crítica

02-11-2018, 7:45:14 AM Por:
Por un hijo – Crítica

Ganadora del premio a Mejor director en Venecia en 2017, Por un hijo es una película tensa, brutal y dolorosa.

Cine PREMIERE: 4
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El camino es claro: un tono realista a la manera de los Dardenne, con personajes que podrían encontrarse a la vuelta de la esquina en cualquier barrio de clase media. Los temas también: el machismo indeleble, imparable, infame, intransigente, impune pero inaceptable; las relaciones dañinas; las familias resquebrajadas; el inadmisible silencio obtenido a punta de vejaciones primero simplemente aludidas pero que luego se vuelven visceralmente literales; el comentario crítico sobre una condición en apariencia socialmente superada pero que sigue vigente tal vez oculta bajo el tapete.

En 2014, Xavier Legrand fue nominado al Oscar en la categoría de Mejor cortometraje por Just Before Losing Everything, una cinta sumamente emotiva sobre una mujer maltratada que intenta escapar de su esposo abusivo. El filme tiene momentos intensos, brutales incluso. Y viene a cuento porque su primer largometraje, Por un hijo, es precisamente la continuación de aquel corto. No hace falta haberlo visto para entender la historia, que abre con una audiencia, casi casi un careo, en la que Miriam (Léa Drucker) y Antoine (Denis Ménochet, imponente), y sus respectivas abogadas, están frente a una jueza pues él busca la custodia (título original de esta cinta francesa) compartida de su hijo de 12 años, Julien (excelente Thomas Gioria).

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Sin antecedentes, parece que estamos ante un caso de alienación parental, pues el encendido discurso de la abogada de él suena razonable. Sin embargo, cabe también la posibilidad de que esto no sea más que una treta de él para tratar de tener localizable ya no digamos a sus hijos (además de Julien está Joséphine, interpretada por Mathilde Auneveux, la hija casi mayor edad que en apariencia lo odia), sino a su ex, que cambia de número de móvil y de domicilio para evitar precisamente que él la encuentre. La jueza, pues, tendrá que dirimir, como dice en un diálogo, quién miente menos.

La jueza falla a su favor y adquiere la custodia compartida del chico que no quiere ir con su padre cuando este pasa a recogerlo para estar con él un fin de semana sí y otro no. Poco a poco, la apariencia tranquila de Antoine se disipa. El temor de Julien, se pensaría, tal vez ha sido creado por Miriam. Pero pronto Antoine pierde los estribos cuando el niño sale solo de casa de sus abuelos maternos y su madre no está dispuesta a verle.

Así, con el niño puesto en medio del conflicto por mandato judicial, la cinta adquiere matices incluso terroríficos a partir de una violencia verbal que podría volverse física en cualquier instante. Legrand es soberbio para generar estos momentos. Y también para disiparlos, difuminarlos en una aparente calma que, como se sabe, antecede la tormenta. Con una cuidadosa y bien coreografiada puesta en escena consigue escenas que parecen completamente espontáneas. El joven actor Thomas Gioria destaca en esos momentos: ya sea corriendo a toda velocidad o tratando de retener las lágrimas en medio de la impotencia de su situación bajo la presión desmedida de su padre que quiere sacarle la información para contactar a la ex o escondido en la tina.

Y Denis Ménochet consigue dar en el clavo para retratar al abusador clásico, capaz de ser un monstruo (sea aventando la comida en casa de sus padres o jaloneando al niño para forzarlo a hablar) y en el momento siguiente mostrarse enternecedoramente frágil y dispuesto a cambiar, incluso a punta de lágrimas. Sin embargo, por más que Miriam trata de ocultarse, él halla la forma de encontrarla, presionarla y controlarla.

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El meollo del asunto es que la separación no termina el problema, que el abusador tiene hasta la ley de su lado, que los hijos sacan la peor parte. La adolescente Josephine es el ejemplo: sumida en una relación destructiva que la hace seguir los pasos dictados por un chico sin rumbo, parece querer escapar de la sombra a la que ella llama el otro, replicando, según esos pequeños detalles dispuestos por Legrand, la historia de su madre.

Sin prisas, con movimientos de cámara cuidadosos y contemplativos, con un diseño sonoro que casi omite la música pero sublima las tensiones (y cuando la sube, cuando la película está por llegar al clímax, es precisamente para subrayar eso), Legrand llega a la escena final, que nos mantiene con lo que la abuela llamaría el Jesús en la boca. La tensión se construye con los claroscuros, los ruidos, la casi paralización de una madre y su hijo atrapados en el lugar que supuestamente debería ser el más seguro del mundo: la propia casa.

Legrand, quien ganó el premio de Mejor director en Venecia en 2017, y el de Mejor cineasta debutante, sabe que no lo es, y también que a veces los seres más peligrosos son quienes deberían procurarnos.

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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