Reencuentro (Last Flag Flying) – Crítica
La nueva cinta de Richard Linklater no es una de sus mejores obras, pero continúa demostrando la gran humanidad del cineasta y presenta la mejor actuación en la carrera de Steve Carell.
A primera vista, la filmografía de Richard Linklater podría parecer errática y hasta bipolar. A lo largo de sus casi 30 años de carrera, el autor ha firmado proyectos tan –aparentemente– disímiles como Slacker (su ópera prima, un experimento verboso y sin trama que se sostiene únicamente por las fascinantes conversaciones entre los personajes) y Escuela de rock (una comedia en la que Jack Black finge ser un maestro de primaria y arma una banda de rock con los niños). Sin embargo, hace falta escarbarle un poco nada más para llegar al corazón de lo que convierte a Linklater en uno de los mejores y más interesantes cineastas norteamericanos contemporáneos: es un maestro de la empatía y un gran humanista, interesado en las ideas de sus personajes. Son estas cualidades las que –como bien apunta el crítico Brian Tallerico– evitan que El reencuentro (Last Flag Flying) se convierta en un melodrama patriotero más y del montón. Bajo el mando de Linklater, la película es una exploración de la verdad, del perdón (hacia los demás y a uno mismo) y de la fe.
El reencuentro está situada en diciembre de 2003, justo en los días en que la operación Amanecer Rojo terminó con la captura de Saddam Hussein: uno de los pocos momentos de celebración en una guerra que muchos (incluidos los mismos miembros de las fuerzas armadas norteamericanas) nunca lograron descifrar del todo. Es importante entender al menos de manera superficial la disonancia cognitiva que aquella guerra causó en los soldados, pues los tres personajes al centro de El reencuentro son veteranos de otro conflicto bélico que causó el mismo tipo de efecto en sus participantes: Vietnam. Aquí, Steve Carell (en quizá su mejor actuación hasta el momento) interpreta a Larry ‘Doc’ Shepherd, un hombre callado y apacible que se reúne con sus dos mejores amigos de su época militar: Sal (Bryan Cranston) y Richard (Laurence Fishburne). La razón por la cual ‘Doc’ busca a sus antiguos compañeros de batallón es que acaba de recibir la noticia del fallecimiento de su hijo a manos de un “hostil” en Irak, por lo que quiere que sus amigos, a quienes no ha visto en 30 años, lo acompañen a recibir el cuerpo y enterrarlo.
La película se vuelve entonces una especie de road trip, en el que tres viejos amigos se conocen de nuevo. Cada uno ha cambiado y seguido su propio camino: Richard es ahora reverendo de su congregación local y Sal es dueño de un bar. Así, los tres examigos pasan gran parte de su tiempo juntos, intercambiando diferentes puntos de vista sobre su pasado compartido. Y es aquí donde el guion que Linklater escribió junto a Darryl Poniscan (autor del libro que sirvió de base para la película) aprovecha para mostrarnos cómo las mismas experiencias pueden representar cosas diametralmente diferentes para los involucrados. La culpa (real o inventada) se puede experimentar y vivir de muchas formas diferentes. Algunos preferirán evadirla; otros, pasar el resto de su vida intentando compensar el daño que según ellos causaron.
Sin embargo, estos momentos de reflexión nunca son explorados a profundidad y el nivel de introspección que alcanzan es, en realidad, muy limitado. Linklater le da más peso a la trama (a los problemas logísticos de transportar un cuerpo, por ejemplo) que a sus personajes: por momentos hay un desaprovechamiento no sólo de una situación perfecta para un debate filosófico, sino de actores (particularmente de Carell y Bryan Cranston, ambos en uno de los mejores papeles de sus carreras). Hay incluso momentos en los que la película cae en el tipo de chistes cuyo humor se basa esencialmente en decirle al público: “¡Hey! ¿Recuerdan esta cosa marginalmente curiosa de hace 15 años?”. ¡Celulares flip! ¡Eminem es un rapero blanco!
Aun así, estos momentos bajos son los menos y El reencuentro funciona como una exploración de la amistad, de la culpa y de lo que significa tenerle fe a algo (así sea una religión o una institución como el ejército) que ha tomado decisiones con las que no necesariamente se está de acuerdo. La nueva película de Richard Linklater quizá no sea la mejor de su filmografía, pero aun así está lejos de decepcionar.
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