Astro Boy
No es un despliegue de avances técnicos: su misión es golpearnos con una dosis de añoranza.
Astro Boy el personaje, tiene una estrecha y simbiótica relación con Astro Boy, la película –más allá de lo obvio: el título de la cinta y que él es el protagonista–: los dos son como un armatoste, un Frankenstein moderno que “toma prestado” distintos elementos de otras obras sci-fi para tomar vida y empalagar al público.
Desde el inicio de la cinta, donde un documental explica la transformación del mundo industrializado, se puede notar este aire de nostalgia que el director trata de emular (por no decir copiar) de cintas como Los Increíbles, Pinocho, El gigante de hierro y vaya, hasta a Jimmy Neutrón. Y como ha sido una constante en las cintas de animación modernas, la temática trata de integrar los gustos de distintos targets: para los papás que tengan que ir a ver el filme y recuerden la caricatura de los años 60, quedarán asombrados de los primeros minutos de la película y su estilo lúgubre, obscuro y sin esperanza; por otra parte, los niños después del trauma de ver morir al protagonista –no es spoiler–, tendrán un festín de batallas, bromas insulsas y la sensación latente de querer imitar a Astro Boy y volar o lanzar misiles desde sus manos y su, eh, trasero.
Advertencia: si esperas un despliegue de avances técnicos, ésta no es la película que buscas, porque su principal y cursi misión es golpearnos la cara con una dosis de añoranza y recordarnos que Asimov tenía razón: los robots sí pueden tener sentimientos, y Astro Boy es un androide que derrama miel.
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