El infierno
No es una propuesta sencilla: es provocadora, divertida, incluso trasgresora, pero realista.
Con la cinta El infierno, el director Luis Estrada concluye una trilogía fílmica que le permitió reflexionar sobre la realidad del país, la cual comenzó en 1999 con La ley de Herodes, que habla sobre la descomposición social y política del país; para después revisar en 2006 con Un mundo maravilloso el fracaso de un propuesta de bienestar para los más necesitados a través de las grandes corporaciones, donde el crimen parece ser la única respuesta.
Ahora, como parte de los proyectos del Bicentenario, Luis Estrada entrega una película que invita a la reflexión donde la pregunta resulta obligada: ¿hay algo qué celebrar?
El infierno cuenta el regreso forzado de un jornalero mexicano de Estados Unidos a su pueblo, San Narcángel, ubicado en el norte del nuestro país. Su ideal es poner un negocio y comenzar a trabajar, pero, poco a poco, descubrirá que todo ahí es controlado por el narcotráfico: el gobierno, la policía, la iglesia… y la ley es la máxima de “el que no tranza no avanza”. Así, se ve en la necesidad de ingresar a las filas de crimen organizado gracias a la ayuda de un viejo amigo de la infancia, ahora un temible matón llamado el “Cochiloco”.
Al igual que sus antecesoras, es protagonizada por Damián Alcázar, quien da vida a este jornalero venido al narco; una historia coral de muchos personajes, donde el humor negro y la crítica mordaz de su director construyen una serie de retablos que dan cuenta del México de hoy.
No es una propuesta sencilla: es provocadora, divertida, incluso trasgresora, pero lamentablemente realista. Aquí Luis Estrada parece vaticinar un futuro próximo poco alentador.
–Alejandro Cárdenas Ochoa
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