Espejos siniestros
Lo más relevante es una brillante última escena y la inquietante música de Javier Navarrete.
El otrora policía Ben Carson (Sutherland), hoy neurótico, cuasi-alcohólico y separado de su familia, intenta rehacer su vida tomando uno de esos trabajos ideales para sufrir sustos: velador en las ruinas de una lujosa tienda departamental (antes un hospital siquiátrico, ñacañaca) destruida por un mortal incendio.
Durante sus rondines, Carson descubre unos espejos con mucha iniciativa: primero proyectan perturbadoras imágenes de gente calcinada; luego invaden los espacios frecuentados por el expolicía y finalmente sirven aduana de paso entre este mundo y las fuerzas malignas del más allá.
Remake de la coreana Into de Mirror (2003), Espejos siniestros es una película, de esas que resulta mejor ‘platicada’ que en su ejecución, pues esta es torpe (la primera mitad es inquietante; la segunda no asusta en absoluto), e incoherente, pues resuelve su misterio traicionando la premisa original. Al final, los espejos –entusiastas entrepreneurs del susto en los primeros minutos del filme–, son relegados a un segundo plano.
Acaso lo más relevante en la película de Espejos siniestros es una brillante última escena y la inquietante música de Javier Navarrete, quien se catapultó a la fama con El Laberinto de fauno y que aquí logra incluso atraparnos desde los primeros acordes de su score.
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Edgar Apanco Fan-from-hell de los números de cine. Fue editor de revistas de negocios (no, de allí no viene su amor por los números). Hoy es experto en reportes de taquilla y en content marketing(marketing contento... #OkNo).
