Reino animal
Pocas películas ofrecen, desde su primera escena, el golpe maestro que mejor define y compendia su tono narrativo y su sustancia artística. Ésta lo hace.
Pocas películas ofrecen, desde su primera escena, el golpe maestro que mejor define y compendia su tono narrativo y su sustancia artística. Joshua (James Frecheville), un joven de 17 años, asiste indiferente a la muerte de su madre por sobredosis de heroína. Mientras los enfermeros recogen el cadáver, el hijo responde a sus preguntas sin despegar los ojos de su programa de televisión favorito. Este alarde de insensibilidad juvenil es el prólogo perturbador de Reino animal, primer largometraje del australiano David Michôd.
Una película de gángsters, sin persecuciones ni balaceras, ambientada en Melbourne, cuya acción transcurre en el encierro doméstico donde conviven tres hijos narcotraficantes con su madre sobreprotectora. Hasta ese lugar llega el huérfano Josh, nieto de la matriarca, sobrino de los delincuentes, para vivir una experiencia aterradora. ¿Víctima ingenua y desvalida o aprendiz precoz de las fechorías de sus mayores? De modo impecable y en los límites del thriller y el relato de horror, el filme combina ambigüedad y malicia en su retrato de una familia disfuncional, al borde de la esquizofrenia.
–Carlos Bonfil
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