Viernes de ánimas
Nos encontramos ante la obra de un cineasta que sabe poner su cámara, que sabe montar y que sabe contar una historia.
Un thriller sobrenatural, la película del debutante Raúl P. Gámez se encuentra más cercana al Shyamalan El sexto sentido o, toda distancia guardada, cintas como El espinazo del diablo –cintas que, sin ser de terror, echan mano de los recursos propios de éste. Inspirada en leyendas del norte del país, la película narra la historia de Andy, un joven que posee el “don” de comunicarse con el más allá y quien, de visita en casa de su amigo Hugo en Baja, se descubre el instrumento de una venganza de ultratumba.
Quizás la película no se aparte del camino andado en tantas otras cintas del género –un género en el que, por otro lado, las reglas están claramente definidas. Y tal vez sea ésa su mayor virtud también. Gámez no se ha propuesto inventar el hilo negro, y a cambio nos ofrece un filme que cumple a la hora de crear suspenso, de involucrarnos y de inspirar genuina simpatía por personajes que resultan entrañables –Pedro Rodman, en particular, consigue hacer de Andy un protagonista ajeno a estereotipos heroicos, pero de corazón tan grande como su rollizo cuerpo.
Tal vez los primeros diez o quince minutos no lo aparenten, pero nos encontramos ante la obra de un cineasta que sabe poner su cámara, que sabe montar y que sabe contar una historia. Y, en este género, eso cuenta más que cualquier espantajo.
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