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Roma: primeras impresiones de la película de Cuarón

04-09-2018, 11:26:48 AM Por:
Roma: primeras impresiones de la película de Cuarón

Para construir su obra maestra, Alfonso Cuarón abandonó el espacio y el futuro para viajar en sentido contrario: hacia adentro y al pasado. Roma es un sentido tributo a la solidaridad femenina.

Hay un instante en la primera mitad de Roma capturado con tal naturalismo, que podría confundirse con improvisación o con un pedazo de vida captado al vuelo. Se trata del primer acercamiento que Cleo, trabajadora doméstica (Yalitza Aparicio), tiene con su patrona, Sofía, (Marina de Tavira), fuera de la rutina doméstica y las normas no escritas de su condición económica.

Se trata de una confesión, pero más interesante que lo que se dice, es este instante en que la empleada oriunda de Oaxaca se acerca a su empleadora, química de profesión, para preguntar: “Ahorita si tiene un momento, ¿podría platicar conmigo?” Usted. Conmigo. Nunca nosotras, a pesar de las dolorosas similitudes que, finalmente, quedan expuestas cuando la señora de la casa, tomada hasta las trancas, le espeta en la cara: “Siempre estamos solas. Que nadie te diga lo contrario.”

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Alfonso Cuarón integró un elenco formado por niños, debutantes e intérpretes de teatro con resultados sorprendentes.

 

En esa minuciosa, sincera y compasiva atención al detalle es en donde realmente se desenvuelve esta exploración de las tensiones y brechas de clase entre dos mujeres cuyo destino, concentrado de forma abrumadora entre los últimos meses de 1970 y los primeros de 1971, teje una solidaridad inesperada en la cual una y otra terminan por sostener los restos de un mundo que se está desmoronando.

Los cuentos que cuenta Alfonso Cuarón frecuentemente son alegorías en torno a dos símbolos universales; el primero es la maternidad, con el vientre como metáfora de un futuro posible: en Niños del hombre (2008) y Gravedad (2013) esta preocupación encarna en versiones evidentes, situadas ambas en los linderos de la ciencia ficción. El cine de Cuarón está poblado por mujeres insumisas que llevan la sartén por el mango, lo mismo si son Maribel Verdú o Hermione Granger; todas tratan de abrirse paso en mundos en donde la masculinidad suele ser la vara para medir los destinos o las esperanzas.

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El cine de Cuarón está poblado por mujeres insumisas que llevan la sartén por el mango, lo mismo si son Maribel Verdú o Hermione Granger.

 

El segundo tema es la proximidad de la muerte y los giros bruscos del destino que están ligados a la pérdida. Curiosamente, son sus películas mexicanas las que mejor escarban en esta inquietud, lo mismo si se trata de una comedia romántica sobre el SIDA, como Sólo con tu pareja (1991) o una road movie de voltaje erótico como Y tu mamá también (2001); en ambas, los personajes se catapultan hacia el deseo como una última aventura antes de morir.

Solamente en Roma, los dos símbolos han cuajado en una misma historia, en los mismos personajes. Es interesante que para conciliarlos, el cineasta chilango haya tenido que abrir las heridas de su propio pasado en lugar de imaginar futuros probables o realidades alternas, como acostumbra.

Que conste que no utilizo el plural para moralizar a nadie: es el nosotros de un país y una sociedad civil que nunca ha terminado de reconciliarse con su pasado ni de reconocerse en él, y es que Roma quizá sea el intento mejor logrado del cine nacional por exorcizar esa deuda, al menos, con un fragmento del pasado colectivo, ese que sólo cuaja y se hace sólido en los momentos posteriores a un terremoto o una matanza estudiantil, dos leitmotivs que aparecen en Roma como un recordatorio de las varias formas que, como cultura, tenemos de relacionarnos con la tragedia.

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Roma es quizás el intento mejor logrado del cine nacional por exorcizar una deuda con un fragmento del pasado colectivo que sólo se hace sólido en los momentos posteriores a un terremoto o una matanza estudiantil.

 

Roma es un ejercicio artístico que por pura ósmosis se hermana con Amarcord (1973), que Federico Fellini filmó con apenas dos años menos de los que Cuarón tiene ahora mismo, y que se estrenó sólo tres años después del 1970 evocado en la película del mexicano.

Pero es otra la película que a mí me palpita con más fuerza en la memoria después de ver Roma; de hecho, tres: la extraordinaria y hoy casi desaparecida trilogía autobiográfica del escocés Bill Douglas, compuesta por My Childhood (1972), My Ain Folk (1973), My Way Home (1978) y que, como Amarcord, también debió estarse filmando cuando el niño Alfonso iba entrando a la pubertad. Entre los muchos otros caminos que, como en el refrán, llevan a Roma, está Las reglas del juego (1939) de Jean Renoir, esa otra maraña de clases y rencores a la que Roma rinde más de un tributo.

En su trilogía autobiográfica, Bill Douglas reelaboró sus memorias en un ejercicio similar al de Cuarón.

 

Roma es una película que, como pocas, construye con la cámara un lenguaje que le permite contar lo que su narrador no podría contarnos de otra forma. A contrapelo de la costumbre por retratar a los setenta como una explosión de colores chillantes, pero deslavados por filtros de Instagram, el fotógrafo Galo Olivares (quien fotografió la cinta en colaboración con Cuarón) despliega una ciudad evocada y llena de vida, bañada en la melancolía de un blanco y negro fuertemente contrastado, con cielos que se despliegan en todas las escalas posibles de grises. Generosa y abierta, la épica de la intimidad de Alfonso Cuarón expande la experiencia de una memoria personal para convertirla, de alguna extraña manera, en la memoria de toda una ciudad, de un momento en el tiempo que a ratos se parece a un río de aguas cristalinas y, a veces, a un espejo fragmentado cuyos pedazos devuelven imágenes partidas que explican lo que somos hoy, después de tanto tiempo.

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autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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