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Con señas particulares: retratos de quienes hicieron posible la mejor película mexicana de 2020

27-09-2021, 5:08:44 PM Por:
Con señas particulares: retratos de quienes hicieron posible la mejor película mexicana de 2020

Tras el triunfo de la película Sin señas particulares en los premios Ariel, otorgados por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, nos acercamos a las personas (y a los cuerpos) detrás.

Una seña particular es capaz de concentrar nuestra identidad. En un contexto de desaparición forzada, es la que probablemente nos ayudaría a volver a casa. Un lunar, una cicatriz, una marca blanca de nacimiento, la forma de nuestros pómulos, nuestro tipo de cabello. En la ópera prima Sin señas particulares, ganadora del Ariel a Mejor película de 2020, Magdalena busca a su hijo Jesús, quien no existe para el Estado: sin señas, sin pistas, sin rastro. Nadie lo busca, excepto su madre.

Sin señas particulares es una ópera prima que contó con poco presupuesto, aunque mucho de amistad. Narra una historia de desaparición, como las miles que aquejan a un México en plena crisis forense y con más de 88 mil desaparecidos y 52 mil cuerpos sin identificar. Solo que lo hace desde los terrenos de la ficción y no desde el documental, una decisión que conlleva la oportunidad de construir nuevas conexiones con una audiencia que debe leer a diario, con indignación y entumecimiento, historias de horror y ausencia.

La película estrenó en Sundance y de ahí recorrió festivales nacionales e internacionales, cosechando premio tras premio. Pero a veces en el éxito de una película y su traslado a los medios de comunicación (tan afectos a los datos como somos) se pueden opacar varias de sus historias. Las de los sueños, las amistades, los cuerpos que hubo detrás. El cine, después de todo, no existe sin cuerpo.

A partir de sus señas particulares, algunas de las personas que la hicieron posible nos comparten su historia.

Textos: Antonio Guzmán, Susana Guzmán y Jessica Oliva

Fernanda Valadez

Fernanda Valadez no cumplía los estándares de la feminidad que su familia esperaba de una niña de 7 años. No le gustaba usar vestidos, zapatos o huaraches porque ella prefería las actividades físicas. “Me van a pisar los dedos”, pensaba cuando se veía obligada a usar sandalias y ella quería jugar fútbol. Una cicatriz a un costado de su ojo izquierdo es el recuerdo de esa niña enérgica que mientras jugaba en una fiesta infantil fue tumbada por uno de esos columpios metálicos en los que podían subir hasta cuatro personas.

Su amor por el cine proviene de la dificultad que significaba ver películas en pantalla grande. Fernanda comenzó a ver algunas cintas como La espada en la piedra o Bambi desde la televisión de su casa, gracias a que uno de sus vecinos, quien era el programador del cineclub de la Universidad de Guanajuato, se las prestaba.

Ver una película en pantalla grande era un acontecimiento inédito para quien vivió su infancia durante los años 80 fuera de las ciudades más grandes del país. Aunque para esa época en algunas ciudades de México surgían los primeros complejos de cine, como Multimedios Cinemas, en Guanajuato la única opción para disfrutar de la proyección de una película eran los teatros que adaptaron algunos espacios como salas de cine.

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Fernanda Valadez, directora de la película Sin señas particulares.

“Para los que venimos de otros estados pensar hacer cine se siente algo lejano; crecemos viendo cine de otras latitudes y nos da la sensación de que la realidad que te da el cine es muy bella pero también muy lejana. Me costó mucho trabajo decir ‘voy a ser cineasta’ y fue por eso que entré hasta los 26 años a la escuela”, cuenta la directora de la película Sin señas particulares, su ópera prima y con la que obtuvo 16 nominaciones en el Ariel.

Ahora, la posibilidad de hacer cine le es más apasionante que verlo porque ha descubierto que puede expresarse mejor a través de historias que conceptos. Y ha encontrado en el cine también, una forma de romper barreras. “Una de las cosas con las que lucha el ser humano es con la sensación de que el mundo está dividido entre ‘los otros’ y ‘yo’. El cine rompe esa barrera porque te puedes identificar con los personajes. Nos permite apropiarnos de lo extraño”.

Astrid Rondero

Astrid solía practicar deportes con los niños de su colonia, puesto que durante toda su infancia prefirió rodearse de pequeños del sexo opuesto. En uno de esos juegos intentó recoger la pelota de béisbol que estaba atorada entre unos agaves pero al hacerlo, uno de ellos abrió su pierna derecha y la marcó con una cicatriz blanca aún muy clara. “Es la seña con la que podrían encontrarme”, dice la guionista de Sin señas particulares. Toca madera para que nunca suceda.

Logró esquivar los ideales de su familia sobre su forma de vestir así como las películas que veía de pequeña. “Por suerte tengo una hermana que se encargaba de hacer ‘lo femenino’, siempre estaba vestida preciosa”, nos cuenta entre risas. Además, el trabajo de su mamá demandaba tanto tiempo que nunca descubrió que Astrid veía las películas de cine negro –probablemente no aptas para su edad– que rentaba su papá.

Fue gracias a la cinefilia de su padre y la pasión de su abuelita por el piano que desde pequeña pensó que lo más grande que una podía hacer era algo relacionado con el arte. Sin embargo, el divorcio de su padres también enriqueció su relación con el cine puesto que comenzó a ver otras cintas que no solo eran protagonizadas por Arnold Schwarzenegger, aquellas que solía elegir su papá.

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Astrid Rondero, productora y guionista de la peícula Sin señas particulares.

Desde entonces se obsesionó y no volvió a soltar las imágenes en movimiento. En la preparatoria ya sabía lo que quería hacer y solo contaba los días para entrar al CUEC (hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM). Ahora, después de más de 10 años como realizadora y productora, el cine para ella significa recuerdos, amigos, pasión por hacer películas, etapas de vida. “También son críticas: cuando los críticos juzgan muy fuerte nuestras películas no logran entender que para nosotros son etapas de nuestras vidas. Cuando sufrimos una mala crítica, sufrimos que nos están diciendo que cinco años de nuestra vida fueron una basura”.

Aunque Astrid ha logrado encontrar un lugar dentro de diversas producciones mexicanas, habitando diferentes roles, admite que no fue sino hasta su participación como guionista y productora de Sin señas particulares que sintió la confianza y el poder de decir “yo voy a ser productora y directora”. En el cine se encuentran sus anhelos y expectativas y dentro de ellas está generar empatía con sus historias. “Lo que permite hacer el cine de ficción es acompañar en primera persona desde la seguridad de tu butaca”.

Dalia Reyes 

Dalia Reyes habla de sus muchos lunares, pero decide no destacar ninguno en un inicio. Más bien su mente se va a la cicatriz que tiene en la muñeca derecha, un recuerdo de una operación del radio y el cúbito que le practicaron más o menos a los 10 años de edad. “Me caí en patines”, nos cuenta. Su tren de pensamiento se concentra inmediatamente después en los hoyuelos que se le hacen en las mejillas cuando se ríe, aunque también accede a hablar de sus señas particulares extendidas, aquellas que van más allá del cuerpo y que de cierta forma también concentran nuestra identidad. Menciona a sus huipiles, de Oaxaca, de Puebla. Los compra en los municipios que visita y siempre los usa.

Antes del cine, Dalia quería ser periodista o socióloga o antropóloga. Estudió en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (“Tenía en la prepa amigos que querían estudiar cine y yo decía: ¿ay, eso qué?”). Poco después cayó en cuenta de que era posible escribir más allá de notas o artículos. Entró al curso de guion del Centro de Capacitación Cinematográfica, se fue a su primer rodaje y después viajó a Barcelona, donde encontró al documental. La unión del audiovisual con la investigación y el espíritu periodístico la apasionaron. El cine llegó a su vida como una herramienta ideal para impulsar historias. 

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Dalia Reyes, documentalista y diseñadora de arte de la película Sin señas particulares.

La identidad cinematográfica de Dalia revuelve, pues, alrededor del documental. Lo dirige y lo produce a través de su propia compañía. Ríe generosa cuando le recordamos su nominación al premio Ariel por el diseño de arte de Sin señas particulares, una película de ficción, aunque su experiencia oficial en dicho departamento no ha sido mucha: hizo el arte de una tesis del CCC –pero porque se trataba de su guion– y fue asistente del director de arte Oscar Tello en la película Inercia, de Isabel Muñoz, como parte de su servicio social. Sin embargo, desde hace tiempo mantiene una colaboración creativa con Fernanda Valadez y Astrid Rondero, a quien conoció en el programa de Jóvenes Creadores. “Yo entro a Sin señas particulares por esta necesidad de crear y crecer juntas, de ayudarnos a levantar nuestros proyectos”. 

Dalia describe a Fernanda y a Astrid como sus compañeras creativas, sus mentoras. Habla de sus lazos como una complicidad camaleónica, basada en el respeto absoluto por las capacidades creativas de la otra. Dalia ha ayudado a tallerear guiones de Astrid, Astrid apoyó a Dalia en el montaje de su segunda película. Comparte que así ha sido su trayecto cinematográfico: crear con sus amigas. “Si había una posibilidad de tener éxito con nuestros proyectos, era porque podíamos ayudarnos. Aunque no tengamos todos los recursos sabemos que nos tenemos a nosotras”.

Mercedes Hernández

“Volé por los cielos. Recuerdo que cuando caí, sentí el impacto y luego vi blanco. Pensé que había muerto”. De esta manera narra Mercedes la vez en que fue atropellada por una combi. Ella tenía 28 años. Ahora lo recuerda con humor, a pesar de que el accidente dejó el saldo de un dedo pulgar roto que a la fecha no flexiona, y que por ende, modificó su bella caligrafía. También le quedaron en sus rodillas y mano algunas cicatrices indelebles y otra más cerca de su ojo izquierdo que pudo aminorarse con cirugía plástica. Son las “señas particulares” de una actriz que siente pavor hacia el término por estar asociado a la desaparición forzada. No pasa lo mismo al hablar propiamente de cicatrices, que le hacen pensar gustosa en el cuento La noche de los feos, de Mario Benedetti.

Cuando Mercedes tenía entre once y doce años, un hermano comenzó a llevarla a la Cineteca Nacional. En aquellas visitas reconoce su primer acercamiento serio al mundo del cine. Ahí vio películas que no eran aptas para su edad, que rompían las reglas y que contaban historias a veces incomprensibles. Habiendo degustado la obra de cineastas transgresores como Arturo Ripstein, Mercedes Hernández se convirtió en una cinéfila durante la preparatoria y, más tarde, en maestra de espíritu justiciero, involucrada en las causas sociales. Confiesa que nunca quitó el dedo del renglón sobre dedicarse a la actuación y eventualmente estudió arte dramático con el metódico Ludwik Margules. Su debut en cine sucedió gracias a El violín de Francisco Vargas y a partir de ahí, sería convocada por la directora de casting Natalia Beristáin de forma recurrente.

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Mercedes Hernández, protagonista de la película Sin señas particulares.

En Sin señas particulares, Mercedes encarna a la protagonista de la historia: una mujer que emprende una odisea con tal de hallar a su hijo desaparecido. Si bien el personaje no posee abundancia en diálogos, esto permitió a Mercedes valerse del cuerpo, la mirada y la gestualidad para construirlo. La actriz aplaude que Fernanda Valadez concibiera una ficción sin adaptar historias verídicas, pues así evadió el riesgo de revictimizar a personas que realmente padecieron los estragos de la violencia.

Para Mercedes trabajar en Sin señas particulares fue como vivir un curso intensivo de actuación, donde también aprendió del ímpetu perfeccionista de la cinefotógrafa Claudia Becerril y de la misma realizadora. Sobre su conexión con Fernanda, la actriz piensa en cómo cada una ha crecido y madurado desde que hicieron el cortometraje 400 maletas hace más de cinco años. “Estoy muy contenta de que Fer sea una directora de actores, que no te da discursos en el set, sólo te entona”.

Claudia Becerril

Claudia tiene cabello chino y despeinado. Sus papás nunca pudieron hacer nada para apaciguarlo. En su cuerpo habitan dos tatuajes: uno de la Osa Menor y otro de florecitas que se hizo con una amiga en la pandemia. También tiene un lunar dentro del ojo y otro grande que parece mancha en la espalda, del lado derecho. Este último, dice, le gusta mucho. 

Hace énfasis en que sus manos le parecen demasiado largas para su complexión y me advierte que nunca la veremos sin aretes. Nunca. Sin ellos siente como si le faltara algo y la invade la ansiedad. Un día se salió de su casa con las orejas desnudas, por lo que tuvo que recurrir a comprarse otros en la calle. “Y siempre voy a traer algo negro”, añade, aunque también afirma que ya está tratando de incluir más color en su ropa.

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Claudia Becerril, cinefotógrafa de la película Sin señas particulares.

Uno de los primeros recuerdos infantiles de Claudia es estar en una sala de cine. Las imágenes en movimiento llegaron a su vida antes incluso de saber leer: su papá era quien le iba informando qué pasaba en la pantalla cuando había subtítulos. Conforme fue creciendo se dio cuenta de que ir sola a ver películas le daba mucha paz, aunque sus primeros intereses académicos se orientaron a la ciencia y la filosofía. Estudió primero biología y después periodismo en la UNAM, donde empezó a alimentar su interés por la imagen y su análisis. Hoy agradece a varios maestros de esa facultad y a los del CCC por impulsarla a estudiar fotografía. “Yo sola no lo veía como una posibilidad”, nos confiesa.

Como cinefotógrafa admite que otra de las señas que concentran su identidad radica en crear un concepto que le dé unidad a todo durante un rodaje. Una suerte de código entre ella y las directoras desde donde observan las cosas. En el caso de Sin señas particulares se trató de la idea de lo ominoso, un mal que se acerca. También el concepto de la dualidad de la naturaleza, pues puede ser hostil pero también servir de resguardo. Como cuando el personaje de Magdalena se refugia del enemigo en las sombras de la vegetación. Claudia hace énfasis en que mucho del trabajo de mesa para la película en realidad fue trabajo de campo, en el que tuvo la oportunidad de explorar el terreno y colaborar con un equipo que, en la cotidianidad, se sintió como una familia.

Hoy, después de su trabajo en Sin señas..., que le valió el premio Ariel a Mejor fotografía –y de colaborar en otros proyectos, como la nueva película de Alejandra Márquez Abella– , Claudia admite sentirse más cercana a la noción de hacer cine que tenía mientras estudiaba. Nos habla del disfrute, del gozo de crear: “Siento que regresé”.

David Illescas

En un rostro de lunares dispersos, David tiene además una cicatriz curva sobre su pómulo derecho. Aunque no lo recuerde con claridad, él sabe por su madre la causa de esa seña particular. Ocurrió cuando era muy pequeño. Estaba jugando con un primo, en cuyas manos yacía un proyectil que repentinamente sería lanzado a la cara del futuro actor. La herida provocada por el golpe sangró mucho, pero sanó con el tiempo y el olvido desvaneció cualquier ápice de rencor. La única preocupación de David era que aquella marca imborrable obstaculizara su trayectoria actoral, pero no fue así. Hoy incluso reconoce que detrás de una cicatriz puede existir una anécdota valiosa para los de su profesión. «Uno se agarra de lo que tiene, de su caja de emociones, de sus experiencias, para poder darle vida a un personaje», comenta con una sonrisa.

Su primer encuentro significativo con el cine sucedió durante su juventud en la Sierra Norte de Oaxaca, de donde es oriundo. Después de cada clase en su escuela secundaria se proyectaban cineminutos que le fascinaban, incluido Nadie regresa por tercera vez, de Alejandro Lubezki. Descubrió entonces que su mayor anhelo era dedicarse a la actuación: una pasión que más tarde guió sus pasos hasta el Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Mientras estudiaba ahí, David asistió a conferencias impartidas por Terry Gilliam y Volker Schlöndorff, de quienes conoció los retos de dirigir El imaginario mundo del Doctor Parnassus y El tambor de hojalata, respectivamente. Aquellos prominentes cineastas lo motivaron a también convertirse en un contador de historias: actualmente está preparando su primer cortometraje como director y guionista. Él asegura que será filmado en su lengua materna (zapoteco) y con los niños de su comunidad natal.

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David Illescas, protagonista de la película Sin señas particulares.

Como actor, el oaxaqueño saltó al cine en 2014, gracias al cortometraje 400 maletas de Fernanda Valadez. En aquella ocasión, David interpretó al hijo desaparecido de la protagonista e indagó sobre las personas que abandonan sus hogares para cruzar ilegalmente a Estados Unidos. Por otro lado, cuando el papel de Miguel de Sin señas particulares cayó sobre su regazo, supo que ahora debía investigar la otra cara de la migración: la situación de los deportados. Escuchó de primera mano experiencias «muy horrorosas» acerca de vivir con miedo a ser arrestado y enviado de vuelta en condiciones precarias. Las anécdotas le ayudaron a hacer de Miguel un personaje lleno de dolor e incertidumbre que, junto a Magdalena, entreteje una historia trágica cuyo cometido es provocar catarsis en el público.

“El arte nos enseña a ser mejores seres humanos cada día”, puntualiza. “A ser empáticos con nuestros compañeros, con el prójimo”.

Clarice Jensen

Clarice piensa primero en su cabello rizado (único en su familia) o en que toda su ropa es oscura. Pero después recuerda aquella cicatriz arriba de su clavícula que derivó de un procedimiento quirúrgico. Años atrás, ya en edad adulta, a la chelista le fue removida parte de su glándula tiroides debido al aparición de un quiste. Si bien la marca ha ido perdiendo visibilidad, otra consecuencia de la cirugía fue no poder cargar con su chelo durante algún tiempo, por lo que la operación resultó en un periodo de inactividad, además de doloroso. A la fecha, Clarice puede sentir ocasionalmente que se ahoga, sobre todo cuando debe lidiar con mucho estrés o con demasiados pendientes. Por fortuna, hoy su tiroides marcha bien. «Solo la mitad está ahí, pero sigue funcionando», afirma risueña.

Empezó a tomar clases de chelo cuando tenía apenas tres años. A la par de crecer, la oriunda de Kansas City continuó sus estudios hasta que su pasión y dedicación le abrieron las puertas del conservatorio Juilliard en Nueva York. Maravillada por la heterogénea oferta musical neoyorquina, la chelista decidió entonces experimentar con el sonido e interpretar más obras contemporáneas. Por otro lado, en algún momento también quedó impresionada con El árbol de la vida de Terrence Malick. «No podía creer lo bien que se usó la música en esa película», rememora y confiesa que así emergió dentro de ella un profundo deseo de involucrarse en el mundo del cine. Uno de sus mentores fue el compositor nominado al Óscar Jóhann Jóhannsson, con quien llegó a colaborar y cuyas bandas sonoras le provocan admiración por su belleza, textura y ambigüedad.

Clarice Jensen, compositora de la música original de la película Sin señas particulares.

Fernanda Valadez y Astrid Rondero la contactaron vía correo electrónico para proponerle que hiciera la banda sonora de un filme titulado Sin señas particulares. El montaje estaba casi listo y Clarice pudo ver una versión donde se utilizaron composiciones originales de su primer álbum. «¡Esto es increíble!», pensó, pues nunca antes había escuchado su música en armonía con imágenes que encima le parecían hermosas y poderosas. Aceptó el encargo, convencida no sólo de la importancia del tema, sino del modo sutil y atemporal con que la directora contaba la historia de Magdalena y representaba el horror que se vive en ambos lados de la frontera. Fiel a las enormes posibilidades que brindan un chelo y un pedal de efectos, la solista creó un puñado de piezas inéditas con múltiples capas y sonidos alargados. Sin señas particulares se convirtió oficialmente en el primerísimo largometraje que estrenó con música de su autoría.

«Es un trabajo que me encanta hacer», comparte Clarice. «Encontrar una coincidencia entre la imagen y los colores, las sombras y los matices, y los tonos y las notas musicales que se tocan».

Juan Jesús Varela

Juan Jesús tiene varias marcas de nacimiento. Una se ubica en el lado derecho de su cadera y es la que comparte con su papá. Es pequeña y su pigmento es de un tono más oscuro que el del color de su piel. Lo mismo sucede con otra que cruza por la mitad de su cuello hacia la espalda, y que muchas personas tienden a confundir con una mancha que se puede limpiar. «Hasta con el dedo me tallaban, familiares y hasta algunas de las novias que he tenido», comparte riendo.

Entre las marcas de su cuerpo destaca también aquella que le quedó en el estómago por la quemadura de una cuchara. Un diminuto trauma de aceite hirviendo ocurrido mientras preparaba comida para su mamá, con quien mantiene una conexión cercana. Dicha relación, de hecho, jugó un papel importante en la audición que hizo para Sin señas particulares, en la que en un principio no tenía intención de participar. Por esos tiempos asistía a la preparatoria en el SABES Cabecera Guanajuato, al que la directora Fernanda Valadez acudió para hacer un pequeño casting. Sus compañeros lo convencieron de ir a investigar.

«Cuando pasé yo, Fernanda me dijo que el papel era el de una persona que se iba a ir a Estados Unidos. Me preguntó: ‘¿tú qué le dirías a tu mamá’. Yo soy muy apegado a mi mamá y me dije, si lo voy a hacer es porque lo voy a hacer bien. Di mi mejor intento».

Juan Jesús Varela, actor en la película Sin señas particulares.

Cuando a Juan Jesús le avisaron, meses después, que había sido seleccionado, la noticia lo agarró por sorpresa. Había abandonado la preparatoria por un semestre y trabajaba como albañil. Las palabras «Muchas felicidades, te quedaste con el papel» sellaron para él una última semana de casting para finalistas y poco después empezó la filmación. Juan Jesús recuerda que la producción lo recogía para ir a los llamados y que como los vecinos de su barrio lo veían subir a camionetas se empezaron a preocupar. «Dice mi mamá que varias veces le preguntaron que si yo no andaba en malos pasos».

El otro anuncio inesperado ocurrió este año, después de que la película hubiera estrenado ya en cines mexicanos y recorrido el mundo en festivales internacionales. Juan Jesús estaba en la gasolinera en la que trabaja actualmente cuando recibió un mensaje de felicitaciones de parte del director Edgar Nito (Huachicolero). Había sido nominado al premio Ariel en la categoría de Revelación actoral. En un inicio lo confundió, pues confiesa que no estaba familiarizado con los premios.

Juan Jesús también habla con cariño de Mercedes Hernández, quien interpreta a su madre en la película. Piensa en los ánimos que ella le dio para continuar con su carrera y para que asistiera a castings. A sus 19 años, el novel actor expresa deseos de continuar por este camino: por lo pronto podremos verlo en el video musical Luna y mar, dirigido por Edgar Nito.

Ana Laura Rodríguez

Hace 12 años Ana Laura Rodríguez se lastimó el cuello al intentar cargar una piedra en un terreno de Guanajuato. Creyó que el dolor provenía de una simple torcedura y que podría curarse con el masaje de un sobador, pero esa alternativa terminó por herirla más. Finalmente, para mantener su cuello estable tuvieron que colocarle una placa metálica y una serie de tornillos. La cirugía dejó en Ana Laura una cicatriz que atraviesa el largo de su cuello y que sirve como un recordatorio de que todos los días son un reto que ella afronta con entusiasmo.

La condición de su cuello no le ha impedido subir el cerro al menos dos veces a la semana, una actividad que, en sus palabras, le permite filosofar y encontrarse consigo misma. Tampoco fue impedimento para interpretar a Olivia en Sin señas particulares, un reto muy demandante a nivel físico por las condiciones en las que se trabajó dentro del set.

“Por mi edad, uno de los principales retos fue el cansancio que implicaba empezar a rodar en la madrugada. En la noche podíamos pasar horas repitiendo escenas. Una de las que más le gustó a Fernanda [Valadez] es aquella en la que Olivia se encuentra con Magdalena. Era muy larga y tuvimos que repetirla muchas veces porque mi memoria, honestamente, no era del todo buena”, nos cuenta.

Ana Laura Rodríguez, actriz de la película Sin señas particulares (y madre de Fernanda Valadez)

A pocos meses de cumplir 60 años, Ana Laura Rodríguez recibió una de las mayores sorpresas de su vida: una nominación al Ariel en la categoría de Mejor revelación actoral. En seis décadas de vida jamás imaginó actuar en una película, ni tampoco tuvo interés en formarse en algo relacionado con el cine. Sin embargo, el amor y cercanía con su hija, la directora Fernanda Valadez, la llevó a enamorarse del cine y hasta formar parte de él como actriz. “Fer tuvo un recurso muy limitado y tuvo que echar mano de todo, incluso de su madre”, nos cuenta.

La percepción del mundo ha cambiado para Ana Laura desde que su cercanía con el cine va más allá de gozarlo como espectadora. Ahora, al ver una película no puede evitar pensar en el esfuerzo que hubo detrás: desde conseguir los ingresos básicos para llevarlo a cabo hasta el proceso creativo del cual fue testigo con su hija. “Debemos poner de nuestra parte para hacer del mundo algo mejor. Una de las maneras es adquiriendo conocimiento porque muchas veces evadimos lo que no queremos conocer, pero hacerlo por medio del cine es una muy buena manera”.

Susan Korda

Para Susan también se trata de su cabello. Chino, salvaje, grisáceo cerca de las raíces, negro más hacia las puntas. Dice que un día antes de nuestra charla, mientras caminaba con su perra en las calles de Berlín, una mujer las vio y se acercó a decirle con buen humor que tenían el mismo cabello. Los perritos se parecen a sus dueños, le dijo la extraña, aunque en realidad los chinos de la cineasta provienen de su papá. Cuando era una niña, de cara a los estándares de belleza de los años 60, se hizo un alaciado químico pero solo le duró un día. Lo que no sabía en ese entonces es que sus rizos desarrollarían un superpoder envidiable: pueden sujetarse a sí mismos en un chongo, sin necesidad de usar una liga.

El cine, explica Susan, llegó a su vida como un fuego lento. Reconoce que sufría de una inseguridad, muy femenina, que consiste en sentir que para dedicarse a algo una debe dominarlo por completo. Sin embargo, hubo una llamada que detonó su despegue en la edición y la realización cinematográfica. A mediados de los años 80, después de cursar algunos estudios de medicina y seguir su curiosidad natural hacia otras experiencias relacionadas con las imágenes en movimiento, le llamaron de una producción en Houston para fungir como editora. Susan rechazó la oferta porque trabajaba como asistente en otra película que se producía en Berlín y con la que se sentía comprometida. «Mi novio de ese entonces, que estaba en un festival en Cuba, me dijo: ‘Espera, ¿estás rechazando trabajar en el corte de una película para ser una asistente? ¡Explícate!'», recuerda riendo.

Susan Korda es una de las editoras de la película Sin señas particulares.

La película en Houston, que terminó por aceptar, resultó ser el documental For All Mankind, de Al Reinert, que recibió una nominación al Óscar, así como dos premios en Sundance por revolucionar la forma en que las audiencias veían el espacio en el cine. Fue su primer trabajo oficial como editora de cine, un rol que destaca por su capacidad para dar enseñanzas de vida. Después de una carrera de décadas como cineasta, escritora y productora, Susan describe al cuarto de edición como un lugar mágico, su primer maestro espiritual. «Antes quería ser la persona más lista en la habitación. Tenía esta actitud de ser quien ‘arregla’ lo hecho por los cineastas o fotógrafos», confiesa. «El cuarto de edición me enseñó a estar bien con no saberlo todo. Y también a reconocer que no saber es un estado de gracia. Necesitas encontrarte con el material no con juicios, sino con aceptación. Me convierte en alguien receptiva».

El concepto de receptividad también surge cuando Susan habla del trabajo de Astrid y Fernanda, a quienes conoció cuando las cineastas mexicanas asistieron –en años distintos– al programa Berlinale Talents. Describe el amor con el que ambas cubren sus procesos como un estado de total apertura, en donde hay espacio para todas y para todo. Agradece, sobre todo, que le hayan dado crédito como una de las editoras de Sin señas particulares, como parte de la alianza creativa que establecieron desde hace tiempo (Susan trabajó también con Astrid en Los días más oscuros de nosotras).

«Siempre han confiado en mí. He aprendido mucho de ellas», comparte. «¡Y además tienen perros!».

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