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Cine

Taxi Teherán

10-08-2016, 8:09:59 AM Por:
Taxi Teherán

Con su nueva película, Taxi Teherán, Jafar Panahi se demuestra como un artista obsesionado con demostrar sus capacidades creativas.

Cine PREMIERE: 4
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Partamos del hecho de que esta película sólo se puede mirar de dos maneras: sin conocer nada de lo que hay detrás de ella o con plena conciencia de los antecedentes que la enmarcan. Quien pertenezca al grupo de los primeros se encontrará con un documental artsy alejado de los convencionalismos, sin un hilo conductor claro y, por supuesto, carente de rostros conocidos. Este espectador tendrá que concluir si la hora y pico que pasó en el cine –tal vez por la recomendación de algún amigo o porque de cuando en cuando apuesta por películas “no comerciales”– compensó el precio del boleto. Su opinión, por tanto, es importantísima, pues es gracias a la supuesta ingenuidad con la que se aproximará a la cinta que podrá otorgarle un valor real, crudo, eximido del contexto que esta producción iraní posee y cuyo peso en ella es brutal. En un plano ideal, esta audiencia habría de responder de manera simple a cuestiones igualmente sencillas: “¿de qué trató la película?”, “del conductor de un taxi que maneja por alguna ciudad del Medio Oriente y recoge a diferentes pasajeros y habla con ellos sobre diferentes cosas”; “¿todo sucede dentro de un taxi?”, “sí”; “¿cuántas cámaras se usan?”, “dos, aunque tal vez eran tres”; “¿tiene música?”, “a veces, casi no” y, por supuesto, el balance final: “¿te gustó?”.

Bastaría con que la mitad de los encuestados que pertenecen al, llamémosle “grupo de los inocentes”, diesen una calificación positiva al filme para considerarlo un éxito rotundo. Significaría que Taxi ha cosechado el favor del público menos pretencioso al que se puede aspirar, el público al que, a fin de cuentas, habla la película, lo que tendría una significancia mayor –en primer lugar, para Jafar Panahi, el director– que el haber ganado un Oso de Oro en la Berlinale o registrar un 95 por ciento de saludables y entomatados puntos en rottentomatoes.com.

De ser éste un mundo justo, lo adecuado sería mostrar cierta deferencia hacia estos espectadores. Una buena manera de hacerlo consistiría en organizar proyecciones en las que se les explicase aquello que SÍ conoce –a medias o de forma completa– la otra audiencia, aquella que se halla compuesta por el que podríamos bautizar como el “grupo de los informados”.

Para empezar habría que hacerles saber que con esta película Panahi se juega su futuro. Literalmente. Acusado de crear propaganda antigubernamental, el iraní fue apresado en 2010 y, luego de ser liberado gracias a la presión ejercida por la comunidad internacional, se le impuso la condena de no poder rodar una película en 20 años. Asesorado por sus abogados, Panahi ha aprovechado un aparente resquicio legal para continuar filmando, cosa que puede hacer siempre y cuando sea dentro de los límites marcados por sus propiedades privadas. Es así que en 2011 completó This Is Not A Film tomando su departamento como locación y, en 2013, realizó Pardé en una de sus casas.

En el caso de Taxi, Panahi utiliza un auto que él mismo, a manera de chofer, conduce. Con el coche recoge a diferentes actores que interpretan a una variedad de personajes –un ladrón, un vendedor de discos pirata, una defensora de los derechos humanos (ella sí una reconocida activista en la vida real), etc.– pertenecientes a diversos niveles socioeconómicos. Si el ensamble funciona no es sólo porque en esta ocasión el cineasta ha logrado despojarse del pesimismo victimista y monótono de sus dos filmes “proscritos” pasados, sino también porque sus propias limitaciones de expresión lo han orillado a buscar –y encontrar– nuevas fórmulas narrativas, lo que en este caso ha arrojado un resultado dinámico y de carácter universal. Lo contado, pues, se desarrolla en Teherán, pero el escenario bien pudo ser París, Beirut o la Ciudad de México. No hay lugar en el mundo donde las personas no obedezcan, en primer lugar, a esa cosa tan simple que es la condición humana y tal es la revelación más valiosa del metraje. 

Lo demás, en este caso, es lo de menos. El orgulloso seguidor del recientemente finado Abbas Kiarostami ofrece una obra que, sin perder su inherente contenido político, se acerca a la cotidianeidad de forma honesta e inteligente. Se nota que detrás de ella no hay ya un artista obsesionado con demostrar sus capacidades creativas. Su lugar ha sido ocupado por un simple individuo al que su circunstancia puede ponerlo a dudar de muchas cosas –incluso de su talento– menos de una sola: si no filma se muere de tristeza.

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