Un dulce porvenir
Despierto. Una de esas siestas que uno se regala un domingo por la tarde. Fue un sueño agridulce, de esos que le dejan a uno un sentimiento de incorregible melancolía. Había nieve, notas de guitarra, una mujer, quizás una niña corriendo por una carretera. Yo lo veía todo a la distancia, intentando no quebrantar esa […]
Despierto. Una de esas siestas que uno se regala un domingo por la tarde. Fue un sueño agridulce, de esos que le dejan a uno un sentimiento de incorregible melancolía. Había nieve, notas de guitarra, una mujer, quizás una niña corriendo por una carretera. Yo lo veía todo a la distancia, intentando no quebrantar esa agridulce, tensa paz. Tosía, y entonces una parvada de pájaros, negros, ágiles, volaba desde las ramas de los árboles, marchitas, azotadas por el invierno. Salgo a caminar. Estoy en México. No hay nieve, sólo una lluvia constante y tímida, una lluvia mediocre. Del sueño, recuerdo una voz de mujer, y un paraje nevado. Recuerdo, sí, algo como esto. La vida, pues.
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