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Cine

Un viaje por la paz – Crítica

07-09-2017, 1:26:22 PM Por:
Un viaje por la paz – Crítica

La película con Timothy Spall y Colm Meaney simplifica un conflicto étnico y nacionalista que golpeó a Irlanda del Norte, y lo aborda desde un terreno ficticio.

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Si bien las películas basadas en hechos reales siempre generan controversia por la dificultad que implica apegarse a ellos por completo, desde su inicio Un viaje por la paz (The Journey) advierte puntualmente que no es un documental, sino el producto de la imaginería de su autor, el guionista Colin Bateman, quien se inspiró en un momento histórico para plasmarlo en celuloide.

Bateman se toma absolutamente todas las licencias artísticas posibles para presentarnos lo que pudo haber ocurrido entre dos archienemigos legendarios, Ian Paisley (Timothy Spall), líder del Partido Unionista Democrático del Ulster (DUP), y el ya fallecido Martin McGuinness (Colm Meaney). El primero es un pastor protestante norirlandés con un encono recalcitrante contra los católicos, al grado de que causó revuelo al afirmar que el Papa era el Anticristo. El segundo era, “supuestamente” (al menos así lo recalca la película, aunque en la vida real sí reconoció su pasado belicoso), jefe de Estado del Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés); es decir, un nacionalista que a través de bombas, balas y violencia, abogaba por la autonomía de Irlanda del Norte.

La premisa sobre la que Bateman basa la historia es demasiado básica y simplista aunque el conflicto real fue de mayores dimensiones. Nos remonta al año 2006 cuando estos dos rivales ideológicos se reunieron para dialogar y reconciliar sus posturas con el fin de evitar el innecesario derramamiento de sangre. Este hecho ocurrió en Escocia y dio pie a que firmaran los Tratados de San Andrés, pero lo que el filme hace es crear ficción alrededor del suceso y descartar a muchos otros participantes clave.

Un viaje por la paz presenta a un Paisley a punto de interrumpir las negociaciones para viajar a Belfast y celebrar sus bodas de oro y a un McGuinness que, por políticas protocolarias, decide acompañarlo –no es recomendable que un líder de la importancia de Paisely viaje solo, porque podría ser víctima de un atentado, probabilidades que se reducían si lo acompañaba su némesis–. Del viaje se deriva toda una treta confabulada por el MI5, aquí liderado por el fallecido John Hurt, quien encierra a la dupla de políticos antagónicos en un vehículo con cámaras que le permiten espiarles, mientras da instrucciones a un chofer (Freddie Highmore) que en realidad es un agente encubierto con la misión de propiciar la conversación.

A todas luces, tanto Bateman como el director Nick Hamm quieren hacer un filme esperanzador, edificante para los tiempos que corren, pero cuyo fallido empleo de recursos lo acercan más a una producción de Hallmark Channel que a una cinta que tome en serio su propuesta ficticia. Por mucho que John Hurt haya sido uno de los más grandes actores británicos, sus innecesarias intervenciones cortan la fluidez del filme; mientras que su pupilo no tiene pinta de agente encubierto y es más bien patético y simplón. Su artilugio es pueril, ya que los dos célebres políticos son retratados como infantes a quienes su niñera los obliga a hacer las paces.

La dinámica que entablan Timothy Spall –quien actúa sobresalientemente y es irreconocible gracias al gran trabajo de maquillaje y prostéticos que lo convirtieron en Paisely– y Colm Meaney es repetitiva y se sustenta en dos estereotipos: el del cascarrabias obtuso, orgulloso que no quiere ceder, y el hombre de mente abierta dispuesto a hacer concesiones y ponderar. Estamos hablando de un momento crucial en la historia irlandesa, cuando la guerra y la paz estaban en juego y la atmósfera creada por Hamm nunca lo retrata adecuadamente.

No se siente urgencia política, sino que los antecedentes de la reunión se simplifican en una narrativa complaciente con chistes sobre Samuel L. Jackson, una puesta al servicio del lucimiento actoral de sus solventes protagonistas y un cúmulo de personajes satelitales de tibio impacto. La quintaesencia del problema, los conflictos de etnicidad, superioridad, nacionalismo entre los descendientes británicos y los nacidos en Irlanda nunca cobran dimensión, lo que ha ofendido terriblemente a los historiadores. Arthur Aughey, profesor emérito de política en la Universidad de Ultser llamó a Un viaje por la paz “noticias falsas en celuloide” y, hasta cierto punto, tiene razón.

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autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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