Rebeca (2020) – Crítica de la película

El fantasma de Rebeca, la novela original que fue un superéxito global, ha estado presente en todas las adaptaciones que se han hecho de ella: la de Orson Welles para radio, la miniserie de la BBC y, por supuesto, la reverenciada película que Hitchcock hizo en 1940. Ésta Rebeca de 2020 no es la excepción, y eso era de esperarse, pero la película tiene tan poco qué decir (o añadir) que uno debe verdaderamente preguntarse cuál era el propósito de revivir un título tan reverenciado.

Uno de los propósitos de presentar una nueva versión de un clásico debería ser actualizar sus temas y símbolos para que estos resuenen con audiencias modernas. De otra forma, suficiente sería con recomendarle a la gente leer la novela original o ver alguna de las otras adaptaciones. La Rebeca de Daphne du Maurier, como cualquier gran obra de arte –así como el mismo género al que pertenece, el romance gótico– es atemporal: un lienzo en el que se pueden proyectar las preocupaciones del lector en cualquier época en la que éste la lea.

Para cualquier audiencia moderna, debería resultar algo obvio que Rebeca (para nosotros en el 2020) lidia con relaciones tóxicas; con una mujer que es puesta a competir con otra, y del empoderamiento de una de las dos (la que está viva, por supuesto), cuando decide tomar las riendas del asunto. Debería ser obvio, pero para Ben Wheatley (supongo) ésta era una historia que requería el más simplón de los tratamientos y una puesta en escena que en poco la diferencia de cualquier película sobre dos personas de «diferentes sociedades» que se enamoran.

Si ésta fuera una película hecha por estudiantes, su acercamiento, visión y puesta en escena serían encantadoras. Siendo lo que es –un filme profesional con cientos de recursos a su alcance– lo único que queda claro es que el director no estuvo a la altura del propio material. La clave del romance gótico está en la estética visual, en la ambientación, en la creación de atmósferas que nos sitúen en una realidad específica y perteneciente únicamente a este mundo. El hilo fantasma y La maldición de Hill House –por mencionar dos ejemplos muy recientes y también disponibles en Netflix– vienen a la mente, al igual que la muy infravalorada cinta de Guillermo del Toro La cumbre escrlata. Visualmente y en términos de tono y atmósferas, hay poco que diferencie a la película Rebeca (2020) de Ben Wheatley de decenas de otras películas y series cuya locación sólo sucede ser una mansión enorme.

Habría que aclarar que ninguno de los problemas de este filme se debe a los actores. Armie Hammer, Lily James y particulamente Kristin Scott Thomas (como la icónica Señora Danvers, el ama de llaves de la mansión Manderley) hacen lo que pueden con un guion ansioso por darnos exposición y con sus disfraces de «personas de los 30». Esos vestuarios (además de sus cortes de cabello modernos, pero estilizados para lucir «de época») y la música de Clint Mansell (quien en ocasiones pasadas ha entregado scores magníficos) parecen reciclados de otro lado. Como el resto de la puesta en escena, el diseño de producción se siente genérico, poco específico. Como en una producción estudiantil, en donde todo salió de lo que el equipo pudo encontrar arrumbado en sus casas y en tiendas de antigüedades.

Una historia como ésta, la historia de Rebeca, no podía ser filmada como cualquier otro drama o «película de la semana». Requería una visión específica y la mano de un director que supiera cuando había que ser sutil y cuando había que ser explícito. Un creador o creadora de atmósferas con algo que decir y algo que explorar. Tristemente, en lugar de recontextualizar (o, de perdida, entretener), la película del año 2020 basada en Rebeca, es un argumento más para aquellos que detestan que alguien «se atreva» a adaptar un clásico.

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J. Ivan Morales Escritor, director de cine y director editorial en ésta, su amigable vecina publicación de cine, Cine PREMIERE. Nunca perderá la esperanza de una segunda temporada de Studio 60 on the Sunset Strip y Firefly.