El juicio de los 7 de Chicago – Crítica de la película

Nadie nunca va a confundir los diálogos de Aaron Sorkin con una transcripción de la vida real. Resulta entonces curioso que la mayoría de sus trabajos en cine hayan sido adaptaciones de casos verídicos. De hecho, sólo dos no lo son: Cuestión de honor y Malice, aunque la primera está inspirada en una situación que su hermana (una abogada militar) le contó. La película El juicio de los 7 de Chicago –que se estrena el viernes 2 de octubre en algunos cines en México y se lanzará a nivel global en Netflix el 16– también retoma eventos de la vida real y les aplica el «estilo Sorkin»: gente inteligente discutiendo temas importantes, usando las palabras perfectas.

Es un estilo que funciona de manera fantástica cuando los personajes al centro no sólo son las personas más inteligentes de la habitación, sino que son implacables en su determinación, seguros de lo que están haciendo. Las versiones de Aaron Sorkin de Mark Zuckerberg (Red social), Steve Jobs (Steve Jobs) e incluso Molly Bloom (Apuesta maestra) funcionan muy bien justo por eso, son personajes que parecen existir en un plano de realidad diferente al nuestro, es natural que suenen diferente. Sin embargo, es un estilo que no le va del todo bien a cualquier historia. Los directores Mike Nichols y Bennett Miller lo entendieron muy bien y obtuvimos las fantásticas Juego de poder (Charlie Wilson’s War) y El juego de la fortuna (Moneyball), respectivamente. Sin embargo, el mismo Aaron Sorkin, el director, no aprendió aquellas lecciones y le dio rienda suelta a Aaron Sorkin, el escritor. Así pues, El juicio de los 7 de Chicago resulta una película con un gran potencial que se pierde en la autocontemplación. 

El filme está situado en 1969, en el juicio de casi un año de unos jóvenes acusados de conspirar para incitar la violencia durante las protestas en contra de la guerra de Vietnam sucedidas en el marco de la Convención Nacional Demócrata en 1968. En aquellos altercados, la policía utilizó fuerza bruta, gas lacrimógeno y violencia excesiva para detener el inminente peligro que representaban un montón de jóvenes pidiendo paz y amor. Aunque la historia real siempre será relevante, accidentalmente se estrena en un año en el que los enfrentamientos entre las autoridades y la población –particularmente en EE. UU.– han alcanzado un punto de ebullición peligroso. Sin embargo, es precisamente por esto que la película no funciona del todo bien. 

Las revoluciones son –y deben ser– sucias, caóticas y llenas de claroscuros. Pero presentarlo todo a través de personajes que siempre parecen saber exactamente qué decir, no ayuda a matizar nada y la película termina por únicamente decirnos qué pasó sin informarnos sobre la gente que lo hizo posible. Mark Zuckerberg y Steve Jobs pueden ser retratados con cierto nivel de abstracción porque el universo que ellos habitan nos informa sobre el nuestro, pero claramente no es el nuestro. Pero la crítica a la extrema polarización de la sociedad y a la represión armada de voces disidentes, sufre al ser retratada con este nivel de artificio: no se separa de la realidad lo suficiente para ser una metáfora, ni se apega tanto como para tomárnosla en serio. La película El juicio de los 7 de Chicago nunca dejarse de sentirse como eso: una película seria sobre un tema serio con actores, sets, emplazamientos de cámara y un guion sumamente protagonista.

Con todo esto, no quisiera dar la impresión de que el filme no es disfrutable, porque lo es. Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne y particularmente Mark Rylance dan extraordinarias actuaciones que no sorprendería ver en la temporada de premios. La cinta se desarrolla con un ritmo notable y hace un buen trabajo de hilar sus tres tiempos –antes, durante y después del juicio– sin confundir y de una forma en que uno ayuda al otro a desarrollar la narrativa. El juicio de los 7 de Chicago es una película funcional, con un buen guion, pero cuyo director simplemente no estuvo a la altura del propio material. 

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J. Ivan Morales Escritor, director de cine y director editorial en ésta, su amigable vecina publicación de cine, Cine PREMIERE. Nunca perderá la esperanza de una segunda temporada de Studio 60 on the Sunset Strip y Firefly.