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Cine

Ya no estoy aquí – Crítica

28-05-2020, 10:42:02 AM Por:
Ya no estoy aquí – Crítica

Ante una realidad asfixiante, el segundo largometraje de Fernando Frías de la Parra nos enseña a escapar a través de cumbias rebajadas y atractivos pasos de baile.

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El sonido del bajo prepara el terreno de lo que será un gran evento. A éste se une la inigualable melodía del güiro, el timbal y el alegre acordeón –digno representante de la tierra de Celso Piña–. Con esta mezcla musical en sus oídos, Ulises cierra sus ojos y el mundo a su alrededor se transforma.

Ulises baila; baila como si fuera la última vez que lo podrá hacer. Al ritmo de sus canciones favoritas, este joven de apenas 17 años (un sorprendente Juan Daniel García Treviño) brinca de un lado a otro, persignando el piso con sus pies, girando como trompo, escapando de su realidad. La gente a su alrededor le aplaude y lo mira con enorme alegría. Pero él, sin embargo, se ha olvidado de sonreír.

«Como extraño mi terruño hermoso metido en la cordillera, esperando que llegue la hora de regresar a mi tierra», dice la letra de Lejanía, tema de Lisandro Meza que Ulises baila con el corazón. «En el valle de las penas estoy metido, lejanía que me tiene entristecido. En mi pecho floreció una cumbia de la nostalgia, como una lagrima que se escapa». Aunque la música que lo acompaña es capaz de hacer bailar hasta a los muertos, la letra melancólica de aquella pieza se convierte en el recuerdo del único lugar feliz que Ulises ha conocido y que le fue arrebatado para siempre.

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Ya no estoy aquí, segundo largometraje de Fernando Frías de la Parra (Rezeta, 2012) nos sitúa en uno de los momentos más adversos de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, golpeada por la ferocidad de la dolorosa guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón. Ahí, en la ciudad que vio arder el Casino Royale o donde el ejército fue capaz de torturar y asesinar a dos jóvenes universitarios, una pandilla de adolescentes llamados «Los terkos» escapa de una realidad donde hasta las paredes asfixian a través de cumbias rebajadas y de atractivos pasos de baile.

En un mundo que ya ha normalizado las balaceras, los cadáveres y las injusticias, cada uno de los personajes de Ya no estoy aquí se las ingenia para evadir aquello y convertirnos en un integrante más de una sociedad que se envía abrazos llenos de amor a través de la radio, que es capaz de transformar el arillo metálico de un cuaderno en un instrumento musical o que guarda sus mejores recuerdos en un austero reproductor de MP3.

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Sin embargo, a pesar de lo hábil que uno sea para sortear la desgracia, hay veces que el destino parece empeñarse en que uno no olvide que nació en medio de la adversidad. Obligado por las circunstancias –y también por una realidad que nunca dejó de rechazarlo por su apariencia–, Ulises debe huir lejos de casa. Y es ese mismo destino cruel el que ahora lo lleva a un lugar donde su extravagancia será parte de la cotidianidad.

Ahora, en medio de una folclórica ciudad de Nueva York –que disfruta de su música, que aplaude sus pasos de baile y admira su estilo cholombiano– Ulises descubre ese otro lado melancólico de la música que tanto ama. Ahora, parece que él no sólo baila para escapar de su realidad, sino para revivir los recuerdos más felices que resguarda en su mente.

Con una estructura narrativa que oscila entre el presente y el pasado, esa Lejanía de la que canta Lisandro Meza –y que Ulises escucha una y otra vez–, convierte también a Ya no estoy aquí en una cinta sobre la migración. A través de un guion cargado de nostalgia, el filme nos habla también sobre aquella melancolía incurable que carcome a quienes han sido obligados a vivir muy lejos de casa.

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Algunos podrán correr con la buena suerte de llegar a un lugar donde las circunstancias y la bondad de la gente te permiten comenzar de nuevo. –Toda la trama alrededor de Lin (Angelina Chen) y su adorable nobleza es parte de lo mejor de la cinta–. Sin embargo, nada de eso podrá curarte el dolor de haber abandonado tu vida.

Por eso, Ulises baila. Baila con el corazón y para ser feliz… aunque sea en sus recuerdos. Y al ritmo de las mejores cumbias rebajadas, él y nosotros nos transportamos de un puente en el Bronx directo hacia el Cerro de la silla o hacia una construcción aparentemente abandonada.

En ambos lugares que contemplan desde lo lejos la complicada vida de la capital de Nuevo León –y a través de la cámara del cinefotógrafo ganador del Ariel Damián García (Museo; Guëros)– Fernando Frías de la Parra se las ingenia para capturar la fraternidad de los terkos y traspasarla al otro lado de la pantalla. Con nada más que sonrisas, aplausos y cualquier canción que suene en la radio, aquellos momentos nos hacen parte de una verdadera familia que cimentó su propio hogar y que les permitió ya no estar aquí.

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autor Apasionado de ver, escribir, leer, investigar y hablar sobre cine en todas sus formas. Soy fan de Star Wars, me sé de memoria todos los capítulos de Friends y si me preguntan de cine mexicano, no hay quien me calle. Editor en Cine PREMIERE.
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